sábado, 13 de diciembre de 2014

DÍA 51 . MILFORD SOUND

DÍA 51

8/DICIEMBRE/2014 MILFORD SOUND


Nos levantamos con los mosquitos de la mañana. Me han comido los pies y tobillos. Inútil intentar ducha, con solo dos sitios, así que desayunamos y nos largamos de ese sitio tan raro. La carretera al Milford es absolutamente espectacular, con muchos sitios que visitar, pero pararemos a la vuelta. Como es lógico, el día maravilloso de sol que pronosticaban es un día absolutamente nublado, ya que es lunes. Nos hace polvo, porque el encanto del Milford es que el día esté despejado para ver las montañas que lo circundan.

Hicimos fotos del mar de nubes que teníamos debajo, tan incautos, pero el mar de nubes continuaba y continuaba, y aquello no tenía ninguna pinta de despejarse.

Pasamos el Túnel Homer. Solo puede irse en una dirección, así que hay un semáforo para orientar el tráfico. Es un hueco abierto en la montaña que desciende 129 m a lo largo de 1.2 km. Una vez fue el túnel más largo del mundo. A mi me gustan los túneles, pero puedo asegurar que ese da algo de yuyu. Es muy estrecho y oscuro, en roca viva.

Aparcamos en el Milford y fuimos caminando hasta la terminal de los barcos. Hay muchos, sorprendentemente. Pero poca gente a esta hora. Me estoy cagando en tó, porque no sé si tiene.  sentido hacer el recorrido del Ferry en estas condiciones, pero ya hemos comprado el billete y no hay vuelta de hoja.

En fin, montamos en el barco, donde había té y un café horrible, que ni Juanjo podía tragar y le tuvo que echar crema de leche. Empezamos el recorrido por el fiordo. Yo miraba desesperada al pedazo de nube blanca que hacia honor al nombre Maorí del país y que no tenía ninguna pinta de aclarar, más bien de ponerse cada vez más negra.

La verdad es que el fiordo, aún así, es impresionante. Nada que ver con los chilenos. Se parece algo más a losNoruegos, en todo caso, aunque es distinto. A estribor dejamos las cascadas Stirling, y nos dirigimos hacia la orilla de babor, acercándonos mucho a la costa. Las montañas caen verticales al agua, cubiertas de vegetación. El piloto nos informa de que en esta zona llueve todos los días, a veces copiosamente. En esta época, que corresponde a la primavera, debe ser cuando más llueve. Para confirmarlo, nos cae una suave llovizna, como la que nos está cayendo a diario, tipo calabobos, que no sé cómo se dirá en Maorí.

Haciendo fotos, filmando, en silencio, abrumados por la naturaleza en todo lo suyo, llegamos al mar, donde dimos la vuelta. Compruebo que la inmensa nube cubre toda la costa, sin ninguna pinta de abrirse al sol.

Volvimos por la otra orilla, donde súbitamente apareció una manada de delfines dirigiéndose al barco. Los vi saltar en el agua, buscaba a Juanjo, pero había ido a la cubierta inferior. Entonces vi que estaba retratándolos, ya que se pusieron a nadar bajo el barco durante un rato.

Luego vimos un grupo de focas sobre las piedras. Allí paró el barco, para que las viéramos a gusto. 

Finalmente llegamos a las cascadas Stirling. En la más cercana a la boca del fiordo, el barco enfiló  hacia la cascada. Nos pusimos a proa, para retratarla, y vino una de las empleadas del barco a echarnos de allí, diciendo que tuviéramos cuidado con las cámaras. No me lo podía creer, pero el piloto se metió debajo de la cascada, empapándonos. Subí a la cubierta de arriba por si allí te mojabas menos, porque da más hacia dentro, pero fue igual. Juanjo se quedó a cubierto y pudimos sacar las fotos cuando nos habíamos alejado un poco. Vaya tela!.

Veo que el cielo no tiene ninguna pinta de despejarse, así que habría dado igual la hora a la que comiéramos el barco, porque íbamos a ver lo mismo en el día de hoy. Empiezo a comerme el tarro pensando si lo podría haber organizado de otra manera, pero si nos pilla el día de ayer con lluvia o nublado, habría sido un desastre para visitar los Lagos. En fin...

Volvimos al coche para hacer la carretera de vuelta a Te Anau despacio, viendo los distintos hitos que ofrece. Primero paramos en The Chasm, al que se llega por un corto sendero de 250m. lleno de helechos y vegetación. Conduce a una caída profunda del río Cleddau, que ha excavado un impresionante paisaje en roca de diorita. El agua ha hecho boquetes en las rocas, en forma de cuenco o en espiral, y cae en remolinos con un fuerte estruendo y una enorme fuerza. Solo puede oírse el sonido del agua en el puente desde el que se observa el impresionante fenómeno. Por primera vez, nos hemos encontrado con un abultado grupo de japoneses, que van como siempre, para qué os voy a contar!.  Pero el río es algo que realmente merece la pena verse. Muy impresionante.

Luego pasamos el túnel. Esta vez nos toca esperar un momento a que el semáforo cambie a verde. Pasamos por el valle Gertrude en el que se puede hacer una caminata, pero no vamos a entretenernos en eso. Volvimos a pasar por Holliford. Lo circundan las montañas Darren, que vemos cubiertas de nieve. Hay unas cascadas, pero hoy ya tenemos el cupo con las Stirling. A continuación Pasamos por el lago Gunn, Knobs Flat, el Paralelo 45 y llegamos a los Lagos Espejo. A estos se llega por una pasarela. En teoría, y si hay algo de luz y no hace viento, se ven reflejadas en ellos las montañas Earl. Lo que ocurre es que los patos se encargan de fastidiarte la perspectiva, sumergiéndose en el agua y haciendo olivas que te rompen el espejo, literalmente. Aún así, conseguimos sacar retratado el efecto "espejo". Hay un detalle divertido: en el lago hay un letrero clavado al revés que pone Mirror Lake. Se lee en el reflejo del agua.

Llegamos a Te Anau para comer. Pero justo, en cuanto aparcamos y sacamos la comida, se puso a lloviznar. Era una lluvia fina y optamos por pasar de ella y comer en el lago, de todas formas. ¡¡Lunes!!.

Vamos a ir a un sitio que no estaba previsto y para el que nos va a tocar desviarnos de la ruta. Resulta que Invercargill está en la punta sur de N Zelanda, excepto una isla que es un parque nacional y no parece estar habitada. Yo había estado en Invercargill y tenía apuntado pasar de él y marcharnos directamente a Dunedin, pero Juanjo tenía la idea de ir a las puntas sur de los continentes siempre que sea posible y, en este caso, estamos a media hora más de desvío, porque Australia está más al Norte, así que nos desviamos.

Puse a Matilde, el GPS, el destino de la punta, que se llama Bluff y, tras meternos por muchas carreteras y desvíos, nos llevó allí en un pis pas. Bluff es un puerto, en realidad. Pero en la punta hay un poste indicador de la latitud y longitud - estamos en 45 grados sur- y flechas que señalan distintas ciudades del mundo, y el polo sur, con las distancias. Una de ellas es Tokyo, y vemos a unos cuantos japoneses haciéndose fotos allí. Hay un hotel que se llama Fin del Mundo.

Juanjo está haciendo fotos con uno de sus zapatos en primer plano y distintos sitios detrás. Empezó haciendo una foto de una bota en Adra, y ha ido cambiándola en su whats cuando había algún punto estratégico. Cuando nos marchábamos, le recuerdo que no se ha hecho la foto y damos la vuelta para hacerla, ante la juerga de los japoneses. Dejo aquí constancia del hecho por si se pone de moda la cosa, que ya se sabe lo que pasa con estas historias, que al final acabará todo el mundo haciéndose la foto del zapato en en hito. Y más si los japoneses han sido testigos.

Hemos entrado en un baño automático. Es gratis. La cisterna no se vacía hasta que te lavas las manos y, mientras haces tus cosas, suena música. Si no has salido en 10 minutos, algo pasa. El,papel,sale,apretando un botón, lo mismo que las,puertas.

Ya que nos habíamos desviado, no merecía la pena subir de vuelta para retomar la carretera principal. Yo tenía en la literatura una parte de la costa que los de Lonely Planet recomendaban, que son los Castlins. Pensaba dejarlo, por no desviarnos pero, ya puestos, vamos por ese camino.  Hay una carretera que va llevando a los pueblos costeros pero, en un momento dado, le he pedido a Juanjo que se metiera por una carretera de costa, ante la desesperación de Matilde,maque insistía en que diéramos la vuelta. He optado por apagarla porque nos tenía locos. La verdad es que nos hemos metido por un camino de grava. Cuando llevábamos un trecho recorrido, he comentado, sin ganas, que, si acaso, nos dábamos la vuelta, pero la carretera no está mal, aunque no esté asfaltada, y seguimos. Hemos llegado a una costa espectacular, con muchas algas, como advierten los folletos, pero llena de rocas negras, formando un paisaje impresionante. Resulta que muchas de esas rocas son árboles fosilizados. Pensaba que hubiéramos dormido en un pueblo más al norte pero, al ver ese sitio tan alucinante decidimos quedarnos. Además hay un camping. Nos encontramos en la Bahía ---------------------------

El camping es de los de autogestión. Tú llegas, buscas un sitio y echas el dinero en una caja que se llama "Honesty box", cuando llegas fuera de horario de oficina. Supongo que para un "Ibérico" como dice nuestro amigo Marciano, el panameño, es incomprensible, y la oficina no abre hasta las 10,30 de la mañana, así que puedes llegar y largarte sin que nadie se entere. Pero nosotros echamos nuestros 20 dólares dentro de un papel con la matricula del coche, aunque si te vas sin pagar seguro que no se entera nadie.

Hemos visto que mucha gente sale del camping y se encamina a una playa. Hemos ido a ver qué había, y resulta que hay una colonia de pingüinos de ojo amarillo. Una señora española dice que ha estado mucho raro y que ha visto uno. Pero la gente sigue llegando. Hay una escalera de madera con letreros informativos sobre los pingüinos. La colonia es pequeña, de ocho o nueve familias, y advierten de no acercarse a ellos mucho, porque podrían volverse al mar y no ir a los nidos y dejar a las crías sin comer. Los pingüinos vuelven por la tarde, antes de anochecer, y es cuando pueden verse.

Estamos un rato. Hace frío. Juanjo iba en camiseta y de repente dice que se va air a aparcar el coche y a ponerse algo y a ver cómo funcionaba lo del camping. Le digo que aparque si quiere y vuelva, que ya veremos luego como funciona el asunto. Pero se marcha y tarda tres cuartos de hora en volver. En ese intervalo, han salido del mar seis o siete pingüinos. Uno de ellos ha venido hasta el sitio donde estábamos la gente, que nos manteníamos en silencio y a una distancia prudencial. El pingüino se iba acercando poco a poco, dando saltitos y parando para sea ese con las aletas abiertas, como posando. Yo miraba para atrás desesperada, porque Juanjo se lo está perdiendo pero nada, no venia. Finalmente he sacado con el movil unas fotos y video, porque se ha puesto tan cerca que incluso con el movil podía hacerlo. Y Juanjo sin venir, maldita sea...Ha llegado cuando salía el último pingüino, pero lo ha visto de lejos, con los prismáticos. Me he enfadado porque haya tardado tanto. Me ha dado mucha rabia que se lo perdiera. Él estaba buscando un sitio bonito para que me gustara mucho y leyendo las instrucciones del camping, pero yo hubiera preferido que lo dejara para luego y viera la salida de los pingüinos. Son raros estos bichos. Sólo los hay en Nueva Zelanda y no hay tantos. Tienen, además del ojo amarillo, la cabeza alargada y a rayas amarillas. No son muy pequeños, como el magallánico, más o menos.

Vamos hacia el camping. Han venido unas adolescentes montando jaleo y andando sobre los árboles fósiles, aunque hay letreros que advierten que se están perdiendo, a causa de la recogida de trofeos de los turistas.

El sitio donde me enseña Juanjo, todo ofendido por la bulla que le echo, donde ha aparcado el coche es espectacular. Mirando a los acantilados. Se escucha el ruido del mar y hay un letrero que advierte que se tenga cuidado, porque habitan allí lobos marinos y pueden ser agresivos. La verdad es que no se ven, pero quizá no sea época.

Visitamos el camping. Los coches están dentro de recintos de setos, muy independientes. Está un bien. Las duchas están separadas de los servicios, metidas en unas torres redondas, en las que se abren puertas con unas cuantas duchas. Parece que tienen agua caliente, aunque son muy rústicas. Los servicios apenas tienen luz, hay que ir con la linterna.
Hace fresco, así que, aunque hay mesas de picnic nos vamos a cenar a unas que están protegidas, cerca del coche, y frente a otra parte de los acantilados. De verdad que el sitio es asombroso.




Cuando nos vamos a dormir le pido a Juanjo que no echemos la cortinilla de delante, para ver el acantilado al despertarnos. Precioso sitio, de verdad. Pero qué pena que Juanjo se haya perdido los pingüinos, ¡¡qué rabia!!.

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