miércoles, 2 de noviembre de 2016

MISAHUALLI. PASEO NOCTURNO EN SELVA

30/10/2016 MISAHUALLI

Tenemos que coger un bus a Tena. Salen algunos a primera hora y luego a mediodía o por la tarde. Tenemos los horarios no muy claros, pero suponemos que entre las 8 y las sale alguno. Está el día claro. Es domingo. Vemos unos picos nevados y el taxista nos indica el volcán pero no lo distinguimos entre las casas. El volcán Sangay. Es un cono nevado, aislado, que finalmente distinguimos desde el autobús. Los otros picos nevados no corresponden a un volcán, según nos dijo el taxista.

La vegetación que vemos por el camino es algo más rala que la de ayer, con sembrados. Vemos nidos de oropéndolas colgando de los árboles. El trayecto dura como hora y media hasta Tena. Hemos pasado por Puerto Napo, que no parece interesante, pero vemos el río Napo en su tramo inicial.

En Tena nos bajamos donde nos deja el autobús, que no es en la terminal, por lo que tenemos que coger un taxi que nos lleve hasta el punto desde donde salen los autobuses a Misahualli, pensamos que cada hora. Pero nos dicen que tardará más, así que Juajo, que se había acercado a la terminal para averiguar los horarios a Baeza, apareció en un taxi que nos va a llevar a Misahualli, por 10$.

Tena tiene aspecto de ser una ciudad con un interés próximo a cero, con mucho comercio, posiblemente mucha oferta de agencias de viajes, la cercanía al río y poco más.

Pasamos por la zona donde está la cascada de Latas, pero vemos que el río va seco, así que vamos descartando ir allí. Llegamos en poco rato a Misahualli, al Banana Lodge donde vamos a alojarnos. Consta de un par de edificios para habitaciones, uno de ellos sin acabar el piso superior, que da al río Misahualli. Hay una zona común con cocina compartida, nevera, etc, y comedor para desayunos. Hay un ranchón con hamacas colgadas. Nosotros hemos reservado la última habitación que quedaba y nos alojamos en el edificio inacabado. Nos recibe Ana, una rusa de los Urales, que dirige el establecimiento. La habitación está sorprendentemente fresca, porque fuera hace un calor inhumano.
Ana nos informa de que podemos acercarnos a ver el río Napo un poco más adelante, en la "ye"  del pueblo. Nos quedamos un poco desconcertados.

Caminamos por la carretera hacia el pueblo y observamos que hay una playa en la desembocadura del Misahualli al Napo. Hay unas barcas con toldilla que ofrecen trayectos por el río. Y monos capuchinos que intentan robar las pertenencias de los visitantes. Nos mantenemos a una distancia prudente de ellos, porque parecen resabiados y, al ser domingo, tienen gente suficiente para entretenerse. Hay sombrillas en la playa bajo las cuales la gente se sienta en sillas de plástico. Hay bastantes restaurantes que ofrecen maito, el pescado en hojas, y chontacuros, los gusanos gordos a la parrilla.

Cruzamos el puente de acero colgante sobre el río Napo. Por él pasa un coche a la vez y, cuando pasa un coche, los peatones tenemos que pegarnos al margen. Seguimos por la carretera hasta ver El Jardín, el restaurante gemelo al del Puyo, pero en este no hay alojamiento, de momento, aunque van a hacerlo.

Hace un calor infernal. En el pueblo tomamos unas cervezas, sin saber muy bien qué hacer, porque por la calle no se puede estar. Finalmente, nos decidimos a comer algo. Yo he tomado maito de tilapia, un pescado de río. Estaba muy bueno, acompañado de yuca.

Hemos ido a echar una siesta. Para estar al fresco. Es tremendo lo de la calle. Venden bizcochos de banana, con una pinta estupenda, pero no compramos.

Al atardecer nos animamos a salir. Ana nos dice que podemos dar un paseo nocturno en canoa por la noche y también hacer una caminata nocturna, que es lo que yo iba buscando. Nos ha indicado un sitio junto al Jardín, donde hacen los paseos en canoa por 5$ y las caminatas nocturnas por 10.

Hemos encontrado un atajo para bajar a la playa y nos encaminamos al puente del Napo a buscar el sitio y preguntar. Una señora nos dice que el guía está con un grupo y que esta noche, a las ocho, vendrán otras dos personas.

Nos enteramos de qué va el asunto y vamos al Lodge a por calcetines, yo me pongo una camiseta con algo de manga, Juanjo se pone un pantalón largo y nos vamos al pueblo de nuevo. Acabaremos tarde, pero no tenemos hambre para comer. Hemos tomado una cerveza donde esta mañana. Está el marido de la señora, con el que conversamos un rato. Nos dice que desde Coca hay barcos que transportan carga y personas hasta la frontera. Deben ser como el que tomamos hasta Iquitos. Me parece una información interesante, aunque no tengamos tiempo ahora, porque he visto trayectos turísticos y cobran un dineral. Está bien por saberlo.

A las 7:30 vamos de nuevo a lo de la canoa. Está Pedro, el guía, un señor mayor. Nos da unas botas de agua y linternas, aunque yo llevo una pequeña, que me resulta más cómoda. A oscuras, entramos en la canoa, en una laguna que está al otro lado de la carretera y que tiene dos islas. Pedro saca a oscuras la barca y le da la vuelta. Estoy segura de que los indígenas ven como los gatos, en la oscuridad.

Con un remo que mete de vez en cuando en el agua, muy despacio y sin hacer ruido, vamos mirando por si aparecen caimanes o un Paiche, un pez de varios metros, el más grande del Amazonas, nos dice. Siempre dudo si es ése el más grande o si lo es el Pacú, que yo tomé en Brasil en chuletillas. En el pueblo de Mónica, en Esquinas, Argentina, también lo comen así, según me ha dicho.

Pedro enfoca de vez en cuando la linterna al borde de la vegetación para buscar los ojos del caimán y a los árboles, para buscar los pájaros que duermen. Hemos visto unos pájaros azules superchulos. Ya tuvimos en Nicaragua la experiencia de buscar pájaros por  la noche en canoa y es alucinante, porque los ves de cerca, observas cada detalle de las plumas, los ojos, y ves colores que no imaginas al verlos de día. Había una especie de pava en su nido con su polluelo y era espectacular el azul que rodeaba el ojo. Otros pájaros, como aves de pantano, con el pico largo y pinta de kiwi descansaban en parejas sobre otras ramas.

El pez hace ruido de vez en cuando. No lo vemos, pero lo escuchamos. Parece que nos sigue. Oímos algún mono. Mono araña, dice Pedro, quien de vez en cuando hace un sonido como el de las palomas, poniéndose las manos haciendo un cuenco delante de la boca para llamar al caimán, que no nos hace caso.

Conseguimos ver finalmente al pez en una zona de poco fondo. Era rosado y se revolvía para intentar pasar bajo la barca, pero pudimos verlo bien con las linternas.

Recorrimos el pantano durante una hora o así, lo más callados que podíamos. Luego, atracó Pedro la canoa y salimos de la barca. Primero salió Juanjo y se metió en un lodazal en toda la altura de la bota. Yo salí detrás y me agarré a un tronco en plan mono para salir por la zona seca. Estuvimos a "naíca" de pisar una rana venenosa bien gorda que estaba en la orilla. Nos enseñó Pedro las marcas blancas que tenía en la piel y nos dijo que eran los puntos venenosos. Me acordé del árbol que tenía las hojas tan arriba de ayer que estaba indicado para el veneno de rana, el Pachaco.

Hemos caminado en silencio por la selva iluminándonos con las linternas. Pedro anda buscando rastros de caimán y ha encontrado uno desde donde el bicho se ha metido en el agua. Estaba fresco. Hay bastante barro y, de vez en cuando, Pedro me da la mano para pasar sobre troncos que forman un sendero sobre el barro, pero que también resbalan. Aun así, de vez en cuando nos metemos en barro. También cruzamos puentes de tronco en algunos momentos. Pedro va con el machete quitando obstáculos.

Hemos apagado las linternas para escuchar un rato. En completa oscuridad, los sonidos de la selva se multiplican y se hacen más intensos. La verdad es que no espero encontrar ningún mamífero, roedor, perezoso, ni mucho menos felino, como el tigrillo, pero la sensación de caminar por la selva a oscuras es suficiente para mí. Es un mundo tan diferente al nuestro, que cualquier cosa nos parece espectacular.

De vez en cuando, Pedro nos hace esperarle y va a investigar, metiéndose en regatos de agua, buscando al caimán, supongo. Luego vuelve y seguimos caminando, iluminando los árboles, intentando no tocar nada porque, a oscuras, no sabemos si los troncos pueden pinchar o tener bichos. De vez en cuando pierdo el equilibrio en el barro y hago virguerías para no agarrarme a nada. Me dice Pedro en voz baja algo de que está muy pantanoso en invierno y le pregunto si ha llovido hace poco. Me dice que no, que ahora está seco. No me lo quiero imaginar en época lluviosa.

Veo marcas en el sendero. Trocitos de bolsa de plástico agarradas a palitos. Supongo que las ha puesto Pedro. Estamos sudados, encharcados. La humedad es tremenda aquí dentro.

Perdemos la cuenta del tiempo y, de pronto nos encontramos de nuevo en la canoa. Recorrimos de vuelta el pantano. El caimán no se ha dejado ver. La verdad es que yo no recuerdo haber visto nunca uno de noche y mira que he ido veces a buscarlos en diferentes sitios. De día, muchas veces los he visto pero, de noche, para nada.

A nosotros el tiempo se nos ha hecho corto, pero hemos perdido el cálculo, porque hemos estado tres horas y ni nos hemos enterado. Hemos vuelto al pueblo. Está todo cerrado, son las once de la noche, la vez que más tarde nos vamos a acostar en todo el viaje, mientras nos duchamos, porque hemos sudado en la caminata y tal, serían las dice cuando nos dormimos. No hemos puesto el ventilador, porque hace un ruido infernal y la habitación no está caliente.



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