jueves, 12 de mayo de 2011

CRÓNICAS DESDE LA COSTA 2008-9. INVIERNO



CRÓNICAS DE INVIERNO


Para mi amigo J. Adán, que anda algo pocho

Voy a empezar en plan pedante, pero lo acabo de leer y queda bonito, así que….ahí va. Según Wittgenstein, cuando escribe sobre los fundamentos de la investigación:
Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su familiaridad y simplicidad. (No somos conscientes de percibir lo que tenemos continuamente ante nuestros ojos)

Al cambiar de la ciudad por una cortijada en la costa, aunque me he instalado en un lugar que conocía desde hacía años, he descubierto el placer de lo sencillo, la importancia de la naturaleza, de los fenómenos atmosféricos y, sobre todo, he descubierto que el tener un horizonte que no sean las casas de los vecinos produce mayor amplitud de miras y tranquilidad mental. He procurado disfrutar con intensidad de todo ello, favorecer las percepciones de las imágenes y los sonidos. Evitar pensar en el tiempo que transcurre cuando te encuentras, simplemente, mirando al mar. Tenemos pocos relojes en casa. Hay unos de pared que nunca van en hora y, si no tengo que trabajar, rara vez sabemos qué hora es. Juanjo no utiliza reloj y cuando llego a casa es lo primero que me quito. No nos importa mucho el tiempo. Sólo vivir y disfrutar de ello.
He dividido mi experiencia por estaciones. Llegué casi en Invierno, así que he empezado por ésta, coincidiendo con el invierno más duro de los últimos años. Lo he descrito en forma de cartas dirigidas a quien lo lee, para que lo sientas más cercano y fundamentalmente, porque lo he escrito pensando en quienes van a leerlo: las personas a las que quiero.

INVIERNO 2008-2009
MAR Y NIEVE
Es impresionante la perspectiva que tengo estos días de Diciembre en el camino al hospital. La verdad es que, aunque aquí a veces he visto nieve cerca de la costa, nunca la había visto tan cerquita de la playa.
Iba camino a Motril por una zona de la carretera, entre Castell de Ferro y mi casa, que pasa pegadita al agua. Tanto, que cuando hace viento de Poniente, la espuma del mar salpica los cristales del coche, aunque vayas por el carril más alejado del mar, como era el caso. Eso me hizo reír y, cuando todavía mantenía la buena sensación, se abrió la carretera hacia un valle y ví las montañas que tenía a mi derecha llenas de nieve. Durante el resto del camino mantuve en mi campo visual la nieve y el mar, y fue una sensación  fantástica. Pensaba que así sí se puede ir a trabajar a gusto.
Por la mañana (doblé turno), volví a ver lo mismo desde otra perspectiva y, aunque llevaba en el cuerpo 17 horas de trabajo intenso, sentí una sensación tan placentera como la del día anterior y pensé en lo estupendo que sería compartir ese momento con gente que supiera apreciarlo. Imaginaba que iba en el coche con personas como tú, que podrías sentir lo mismo que yo, y me dio algo de nostalgia que no fuera así.


EXCURSIÓN POR LAUJAR
Como no es bueno trabajar demasiado y, de vez en cuando, hay que adquirir suministros para el invierno, aprovechando que había un paisaje nevado, fuimos hacia Laujar a comprar aceite, vino y miel, que es lo que se puede encontrar en mi paraíso particular. (Nosotros cambiamos los clásicos arroyos de leche por aceite, que es como más andaluz). No corriendo en ríos, porque en mi paraíso también hay bichos y moscas, -y puedes meter la pata y ponerte perdido- pero envasados y en cantidad abundante, para obsequiarte cuando vengas a verme.
Hacía bastante frío y, aunque había nevado en el valle días atrás, la nieve se había deshecho, pero el aire cortaba la cara.
Compramos aceite en Alcolea, en la almazara donde lo hacemos siempre. Estaban extrayendo el aceite de la cosecha de este año y nos vendieron una botella de aceite sin filtrar, que tenía un color verde como no había visto nunca. La llenaron directamente del chorro que estaba saliendo de la prensa. Daba gusto verlo salir así, en caño.
Luego llegamos a Laujar, a la bodega donde compramos el vino blanco, el Viña Laujar, de uva Macabeo, que siempre tenemos en casa. Y algo de chocolate artesano (de aceite de oliva).
Llegamos al pueblo, donde hay una tienda que es una especie de Delicatessen rural. Venden cerámica, y yo quería comprar una cuchara de cerámica para dejar los instrumentos de cocina mientras guisas, pero no había en ese momento. Compramos pan y pastas, pero tienen muchas más cosas: conservas de diversos sitios, embutidos, aceites, vino….una buena selección.
Pasamos por el nacimiento del río, que este año trae bastante agua y las cascadas están impresionantemente grandes. Había una excursión de chavales ruidosos.
Nos acercamos a Fondón, donde hacen un vino tinto: Tetas de la Sacristana, que está bastante bueno, pero la tienda y el bar donde los venden estaban cerrados.  Han hecho, los mismos dueños de la bodega, una especie de pueblo rural paralelo, con apartamentos para alquilar en forma de adosados, calles y plazas. Pero se ve demasiado artificial. Eso sí: se deben estar forrando. El pueblo tradicional es más bonito. Tiene una fuente preciosa en la plaza y unas casas y unas calles que da gusto verlas. Encontramos abierta la panadería donde hacen los famosos polvorones y mantecados y compramos unas bolsas por aquello de la cercanía de la Navidad. Y tomamos unos vinos en el bar de la plaza, para calentarnos. Con tapas calentitas.
Comimos sin mucha historia en el nacimiento del río, aunque tomamos un guiso de ajo cabañil que estaba bastante bueno.
Lo más bonito del día ha sido la estampa de Sierra Nevada desde todos los puntos que hemos visitado: la imagen del Muley-Hacén y el Veleta nevados, como colgados sobre los olivares, me ha parecido impactante. Daban ganas de estirar la mano y pasar el dedo por esa montaña de nata (¿por qué tenemos siempre la obsesión de mancillar lo perfecto?). Intentamos retratarlo pero no hay forma de captar con una cámara lo que el ojo ve, así que, aunque nos parecía que la imagen de Sierra Nevada dominaba el paisaje por encima de todo lo demás, en la foto apenas se aprecian, así que no te puedo mandar esa imagen  con claridad si no es a través de mis palabras.
En Berja fuimos a una fábrica de productos de miel que ha descubierto Juanjo a base de vagar por la zona. Compramos miel para nosotros y para algunos amigos que son también aficionados a ella. Hay una muy especial, que te daré a probar cuando vengas y tendrás que adivinar de qué es.


CAMINO A CASA
Salgo del hospital mirando el mar desde que monto en el coche. El hospital está en la parte más alta del pueblo y, nada más salir, veo el horizonte y el color del agua, que me indica qué tiempo va a hacer hoy.
Desde la carretera de Motril veo Sierra Nevada, que parece estar muy cerca, especialmente cuando se llena de nieve.
Paso por algunos pueblos bonitos: Calahonda es un lugar precioso, encajado entre la montaña y el mar. Por la noche se ilumina la montaña con las farolas del pueblo y adquiere un aspecto mágico. Tiene una playa preciosa, muy grande y en forma redondeada. Hay una pequeña ensenada pegada al acantilado donde están atracadas las barcas al resguardo del viento.
Al pasar Calahonda se entra en una zona de curvas donde la carretera es algo más peligrosa. Una faena, porque el paisaje costero es impresionante. Los acantilados caen directamente al mar, y hay torres árabes de vigilancia, desde donde divisaban a los piratas. Las torres se comunicaban entre sí encendiendo fuego cuando veían barcos que podían traer peligro. Cada torre tiene otras dos a la vista, a su izquierda y a su derecha, para que se pudiera hacer una cadena de comunicación. Hay un faro, el Sacratif, que toma su nombre de un peligroso pirata del Mediterráneo, mencionado por Julio Verne en su libro El archipiélago en llamas. Justo debajo de casa hay una zona de costa a la que aún llaman las gentes de aquí La Galera, porque los piratas atracaban ahí sus galeras cuando iban  de saqueo por los pueblos cercanos.
Lo mejor del camino es una pequeña playa llamada  Cala de La Rijana, o Playa de la Rijana. Si miras hacia el mar, con mucho cuidado si vas conduciendo, por el problema de las curvas, La Rijana llama la atención. Vista desde la carretera, contemplas una cala pequeña, con aguas cristalinas, como un aguamarina. Está bajo un acantilado. Unas ruinas de una antigua torre la marcan. Bajo la torre, hay unas cuevas donde se puede bucear.  Pero lo impresionante es el color del agua. Si el mar está tranquilo, adquiere el aspecto de las playas del caribe, ya que el fondo es rocoso y las aguas limpias. Puede ser azul aguamarina o verde esmeralda. Pero, aunque haga viento de Poniente y el mar esté gris, La Rijana tiene un color propio: el agua se convierte en un espacio lechoso de color azul celeste y olas de espuma blanca. Si hubiera ópalos o piedras lunares azules, tendrían el color de La Rijana. Cuando vengas por aquí, la veremos desde lo alto del acantilado. Hay una mesa de piedra, para sentarse un rato y ver el paisaje. Y, esté como esté el mar, La Rijana siempre resplandece como una joya.
Pasando Castell de Ferro, que tiene también una playa grande y apetecible, se llega a Los Yesos, donde encuentras el mar pegado a la carretera. Entre Los Yesos y La Mamola, el mar está tan cerca del camino, que cuando hay viento, la espuma de las olas moja los cristales del coche. Hay algunas rocas pequeñas en el mar, cerca de la costa, donde suelen posarse cormoranes.
Melicena es un pueblo bastante curioso. Aparentemente, no es nada especial, pero hay que fijarse mirando a la izquierda, en algo que parece una pared vertical pero que en realidad es una calle. Es tan empinada que cuesta trabajo darte cuenta de lo que es. Y muy estrecha. Cuando te apercibes de que lo que ves es una calle, llama mucho la atención. Parece imposible de subir, pero es la clásica calle de pueblo alpujarreño, aunque más empinada de lo habitual.
Nada más pasar Melicena, encuentras un promontorio hacia el mar que se llama Peñón San Patricio. Es bastante grande. A veces intento encontrarle una forma de algo, como el camello de la playa del Sardinero, en Santander, pero no acabo de decidir a qué se parece.
Al poco se llega a La Rábita. Su nombre proviene de Ribat: castillo árabe de defensa costera que a veces protegía la entrada de ríos/ramblas, es decir, de cauces de agua. Se ve el castillo y la torre nazaríes y la Rambla de Albuñol, de nefasto recuerdo por la riada del año  1973. En la Rábita llaman a ese día catastrófico: La Nube, porque lo que recuerdan todos los vecinos que lo vivieron fue una tremenda nube sobre el pueblo. Por eso, muchos tienen miedo a las tormentas. Un día del  2007 me dijo el carnicero: “Hoy hace 35 años de La Nube”. Es una fecha de referencia para la gente: Antes de la Nube, el año de La Nube….

Y…pasando La Rábita, hay un letrero en la carretera que dice El Castillo de Huarea (también había otro castillo y una torre -de la que queda un vestigio- cerca de la rambla) y, entrando por allí,  en la dirección hacia El Pozuelo llegarás a mi casa,  donde te esperaré con algo rico y un ambiente relajante para que descanses de tus cuitas.

DESAYUNO
Los Hobbits del Señor de los Anillos desayunaban varias veces, cuando era posible. En casa sólo desayunamos una vez, pero lo tomamos con tranquilidad.
Como ya te he comentado en alguna ocasión, para mí es la mejor hora del día. El atardecer también es precioso,  pero no puedes decidir su duración. En cambio, puedo decidir cuánto tiempo me quedaré en el porche tomando té y mirando al mar. Hay algunos días en que tiene un color especialmente bonito, y simplemente lo miro, dejando la mente en reposo. La mayor parte de los días tiene diversas tonalidades: las corrientes marinas y el viento dibujan formas caprichosas, azules intensos, azules pálidos….a veces el horizonte se pierde y no se diferencia apenas su línea.

Vemos barcos faenando. A veces pescan debajo de casa, en la rambla de Huarea, aunque esto suele ocurrir más bien de noche. Otros aparecen cargados de pescado, con una nube de gaviotas a su alrededor.  En el horizonte vemos pasar barcos más grandes, mercantes o de pasajeros.
Si hay alguna ola se escucha desde casa el sonido del mar. Aunque no está muy pegada a la costa, la rambla hace que resuenen los sonidos.
Muchos días vemos cómo llega el viento: de Levante o de Poniente, y observamos cómo avanza desde el horizonte. Algunos días avanza con rapidez, y enseguida escuchamos el ruido de una puerta de casa que se cierra de golpe, por la corriente: ¡!Blam!! y corremos a cerrarlas todas antes de que sigan sacudiendo.
Por lo general, el Lebeche, el vientecillo del sur,  aparece al mediodía. Es una brisa que cambia el color del mar, y su llegada en verano nos indica, cuando estamos en la playa, que es hora de tomar una cañita.
Pero ahora estamos desayunando. Poco a poco nos iremos levantando de la mesa, con un suspiro que indica que es hora de hacer algo. Cuando vengas, no tendremos prisa. Nos levantaremos despacito para ir a dar un paseo por la playa y sentir la brisa del mar en la cara, y ver romper las pequeñas olas a nuestros pies.


EL SOL DEL INVIERNO
Empezó el año 2009 con nubes y lluvia. Algunos días más encapotados que otros, y una lluvia no demasiado  abundante, pero frecuente. Eso no impidió que mi hermano Jaime, que vino a pasar la Nochevieja en casa, pudiera salir a correr casi todos los días.
Pero el día 4 amaneció un día precioso, con una hermosa luz invernal, el cielo despejado y el mar de un azul intenso.
No nos levantamos temprano: no había razón, y yo tenía que trabajar esa noche. Tomamos el desayuno, como siempre, en el porche, pero muy tranquilos. El sol empezó a colarse por Oriente, y me daba en la cara. Preparé otra tetera y seguimos tomando té, mirando al mar, sintiendo el sol en la piel y charlando.
Tiene un color especial el sol del invierno. Al amanecer, el reflejo de oro de las nubes es muy brillante. La luz del atardecer, en cambio, es de un color dorado suave, cálido. Cuando los días son soleados, durante el invierno, da la impresión de que el aire es más puro y el color del cielo más intenso, como si estuvieran recién lavados. El sol acaricia la cara con suavidad. Dicen que es el peor para la piel, pero es tan agradable...
Daba pena desperdiciar ese día, así que colgué una hamaca en la terraza y me quedé allí, tomando el sol, pensando, relajada, mientras Jaime se iba a correr y Juanjo barría las hojas de los árboles y se duchaba. Pensaba en ti y en el resto de mis amigos de Madrid y del Norte y en la cara que pondrías si supieras lo que estaba haciendo. Tenía ganas de mandarte un mensaje: “Yuuuujúuuu!!, estoy tomando el sol en una hamaca, ¿qué haces tú?”


TRAMONTO
He aprendido esa palabra en las fotos de Panoramio, de Google Earth. Es el ocaso. Desde casa, no vemos la puesta del astro directamente: hay que salir a la primera curva de la carretera, que asoma algo más al oeste. Mi casa da directamente al sur y tengo un cerro hacia el poniente que me tapa la visión directa de la puesta del sol. Pero observo los colores del cielo y del agua en el atardecer. Ahora, en invierno, los atardeceres son rojos y, como suele haber nubes, dibujan formas caprichosas en el cielo. Un día de este otoño, al poco de venir aquí, parecía haber una invasión de platillos volantes.

También pasan fenómenos curiosos, a veces. Un día salí al porche al atardecer, y estaba bañado entero en una luz roja. Fue hace un par de años. Me di un baño de luz en el porche de casa, y parecía mágico. En África, este verano, vi otra vez ese fenómeno, un día que había estado viendo el atardecer en la playa. Al volver a la cabaña, me quedé paralizada en medio de unas palmeras, al sentirme bañada en la luz roja. Alguien más lo vio y lo comentamos: nos había extrañado y encantado.
En verano, el cielo es menos rojo, pero las aguas se ponen doradas y luego color plata Me gusta sentarme en un pequeño murete que hay en el mirador, detrás de una planta de yuca, y observar cómo cambian los tonos del agua. Algunos días el mar está tremendamente tranquilo, sin una ola, y la luz de plata hace que parezca un espejo. Me encantan esos días. La primera vez que vi el mar como un espejo fue en la playa de la Rábita. Una barca pequeña con un pescador echando la red era lo único que rompía la superficie del agua. El pescador y su barca eran una silueta  a contraluz del ocaso. Recuerdo esa imagen mejor que si la hubiera retratado. He visto varias veces el mar así, sin ninguna brisa, y con esa luz. Pero esa primera imagen la tengo grabada en la retina y ese momento lo recuerdo como un hermoso sueño.


FAUNA
Tenemos una fauna variada por casa habitualmente, aunque la población animal cambia bastante. Este invierno nos visita un gato color canela y blanco bastante audaz, al que le ha dado por meterse en casa en cuanto nos descuidamos. En los primeros días, como veníamos desentrenados, uno de los gatos se comió medio plato del jamón del desayuno que habíamos dejado en el porche mientras sacábamos el resto de las cosas. Hay otro gato, mezcla de siamés, que es como un alien, bastante despeluchado, y un poco lila, me parece.  Hay más gatos, pero los tenemos poco controlados ahora. Hace un tiempo tuvimos dos gatos amigos: Conchi, una gata de varios colores y una mancha negra en el hocico -llamada así en honor a nuestra vecina de Alcalá, a la que le dio por cogerla en brazos y meterla en casa y ya no hubo manera de sacarla de allí- que se murió de vieja después de habernos parido gatos por todas partes –o haberlo intentado, al menos-, y su hijo Charly, llamado así, porque era rubio como mi sobrino Carlos, que le puso nombre. Charly estaba con nosotros siempre, y se refrotaba contra nuestras piernas. Nos seguía a todas partes. Su rabo era corto, en forma de interrogación. Tenía miedo de casi todos los gatos machos y venía a pedir asilo político cuando le perseguía un gato más grande. Algunos gatitos pequeños quería imitarle a veces, pero no dejábamos a nadie más que a Charly entrar en casa. Una vez estaba con él un gatito pequeñajo, con unos ojos preciosos. Era tan bonito, que les hice a los dos unas fotos. Al día siguiente encontré al gatito pequeño muriéndose sobre el felpudo.

Como Charly era tan miedica, se metía dentro de casa para huir de los gatos grandes y se escondía. Le daba por sentarse en las sillas de anea de la cocina, que las tenemos rodeando la mesa. Como los asientos quedan bajo el tablero de la mesa, no veíamos a Charly excepto que nos pusiéramos a buscarle.
Un día estaba yo sola en casa y me acosté temprano. No me di cuenta de que Charly se había metido en la cocina, cerré la puerta y me marché a la cama. Por la mañana, encontré unos charquitos en el suelo de la escalera. Miré hacia el tejado por si había goteras, pero nada.
Al bajar la escalera vi a Charly en el sofalillo de la entrada, sobre un cojín, sonriéndome, lo juro. No es el gato de Chesire, pero se puso contento al verme y sonreía. Debió haber pasado mucho miedo, aunque yo no le escuché maullar y, si lo hice, pensaría en que había algún gato en el jardín. El caso es que los cojines estaban asquerosos de pis y se quedó una mancha bajo la mesa de la cocina de pis de gato, que aún se nota. El pis debe corroer la cerámica.
Un día, después de mucho tiempo sin aparecer, cuando ya parecía más gatazo que gatito, Charly vino, se frotó contra mis piernas y se marchó. No volvimos a verle.
Una anécdota curiosa que nos ocurrió hace años al llegar aquí, fue que cuando empezamos a prepararnos en casa la comida, echábamos a los gatos que había entonces los restos del pescado. Un día apareció a la entrada de la  casa un pajarito muerto que nos habían dejado de regalo. Eso nos ha vuelto a ocurrir ahora, al venir a instalarnos. Creo que nos han dado la bienvenida a su manera.
No hay demasiados perros, pero actualmente tenemos un vecino inglés que pasea una retahíla por las tardes. Tuvo un dálmata precioso, pero un día le encontramos muerto en la carretera y casi nos da un ataque.
Habitualmente, en el enorme eucaliptus que tenemos fuera, habita una población variable de pájaros que, a temporadas es bastante populosa. Tenemos controlados gorriones a montones, quizá algún estornino, que vienen por la tarde a dormir por oleadas, con gran algarabía, que vuelven a liar por la mañana antes de irse. Mientras, procuran soltar sus cagaditas sobre todo coche que se sitúe en las cercanías. Cuando vengas, acuérdate de dejar el coche lejos del árbol, para que no te amanezca hecho un asco. No es fácil, porque la copa del árbol es bastante grande, pero queda sitio dentro del recinto vallado para varios coches fuera de la copa del eucaliptus. Hay más árboles, pero no suelen estar habitados.
También tenemos, como población fija, una o dos parejas de tórtolas, que arrullan curiosamente casi todo el día, y caminan juntas por la carretera. Siempre van en pareja a todas partes, sin separarse. A veces les da por posarse en el árbol que da a nuestro balcón y sueltan unas cagadas muy gordas sobre la subida al mirador.
A temporadas hay mirlos, que cantan posados en el quitamiedos de la carretera. También hay jilgueros, petirrojos, y otros pajaritos de cola roja de los que no tenemos el gusto de conocer el nombre, pero que se posan en la maroma. Ahora, en invierno, hay lo que llaman por aquí “pajarica de las nieves”, que es un pájaro pequeño, color gris y blanco, que suele caminar por la carretera, y llega con el frío. Una vez hubo un loro durante unos días, hasta que se marchó. Juanjo se empeñó en que alguien lo habría matado con una escopetilla. Me pareció muy dramático, y pensé que seguramente habría ido a  ver mundo por otro lado.
Por la zona se ven últimamente bandadas de garzas. Digo lo de últimamente porque la gente de por aquí dice que eso antes no era habitual. Ahora se ven con frecuencia.
También hay cormoranes, que se posan en peñas que sobresalen del mar. Delante de casa no tenemos ninguna, pero en las zonas de la costa cercanas los vemos  muchas veces.
En primavera tenemos otras variedades de pájaros, más cercanas a casa, de las que hablaré extensamente cuando llegue el momento. Me parece que te estás riendo porque ya sabes de qué va la cosa. Posiblemente me hayas escuchado renegar una y otra vez. Ya te diré.
En cuanto a insectos, tenemos arañas todo el año. De distintos tipos, según la temporada. La ducha que hicimos en la cuadra es un sitio que les encanta para hacer sus telas y cazar. Tanto, que me dieron ganas de poner en a puerta del baño un letrero que dijera: Shelob´s Lair, (como la guarida de la araña del Señor de los Anillos). Este verano hubo en el jardín una araña-tigre, que debe ser ideal para cazar mosquitos, pero nos apresuramos a liquidarla, porque tenía un aspecto feroz. 
Los mosquitos son  un tostón en el verano, así que hemos instalado mosquiteras, tenemos velas anti-mosquito, repelentes, etc., para que no te piquen cuando vengas. Pero las moscas son más latosas y nos impiden comer en el porche en verano, especialmente si hay pescado asado.
Por los alrededores hay algo de fauna salvaje: sin mucha dificultad, en cuanto te adentres en las ramblas, verás cabras montés por las laderas. A veces bajan hasta aquí y mordisquean las hojas de las chumberas que están fuera de la valla. Parece que ahora se ven más porque están protegidas. Hace poco casi atropello a una, que había salido a la carretera.
Una temporada tuvimos pollos en el gallinero. Una prima de Juanjo, Mª Jesús, que se ocupaba de echarles de comer habitualmente, nos previno contra el gandano. Yo no sabía lo que era el gandano, pero lo supuse inmediatamente: es el nombre que le dan por aquí al zorro. Me gusta más el nombre de gandano: es como más tenebroso, como las historias que contaba mi madre de cuando era pequeña y vivía en Potes y las mañanas de invierno encontraban la casa rodeada de pisadas de lobo en la nieve después de haberles escuchado aullar durante la noche. De pequeña siempre me parecía una historia emocionante. Lo del gandano me lo recordó. De hecho hemos visto zorros por la carretera un par de veces.
Mi amiga Margarita, encontró un erizo en el jardín. Pudimos verlo un momento, pero nunca más vimos otro. Debe ser un animal muy esquivo. Ella tuvo suerte de encontrarlo.
Una vez tuvieron que hacer una batida para cazar uno o varios perros salvajes que estaban cepillándose a las gallinas. Se juntaron los vecinos y se fueron a por ellos. No estábamos por aquí cuando ocurrió. Nos lo contaron luego. Pero sí nos habíamos enterado antes que había problemas con algún animal.
Te voy a contar una cosa que nos ocurrió hace unos años. Fue en Almería. Íbamos, al anochecer, desde Enix, (o quizá desde Felix) que está en el monte, hacia la costa. Vimos un coche volcado en  la cuneta en la dirección contraria. Paramos y fuimos a ver si había alguien dentro. No había nadie, pero tenía el morro abollado. En la cuneta había una piedra muy grande, de color oscuro. Comentamos si habría tenido algo que ver en el accidente, y nos quedamos mirando a la piedra, cuando ésta se levantó con un gruñido y salió corriendo hacia el monte. Era un jabalí enorme.


GASTRONOMÍA
Indirectamente, ya te he comentado algunas de las cosas que suele haber por casa de forma habitual. Desayunamos té, pero siempre hay café en casa para las visitas. Solemos hacer tostadas de pan con aceite, tomate, jamón, aceite y miel, aceite y queso fresco (o requesón) y miel….
El aceite lo compramos habitualmente en Alcolea, en Almería, pero a veces, cuando brujuleamos por algún sitio y probamos aceites que nos gusten, traemos para tomar en crudo.
La miel la solemos comprar en la Alpujarra, que tiene denominación de origen, como la de la Alcarria. Solemos comprar mieles diferentes, para ir variando. A mí me gusta mucho la de brezo, que es achocolatada y de sabor fuerte, pero por aquí no es frecuente. Una vez compramos miel de Albaida, que es una flor de Cabo de Gata, y estaba muy buena. Era muy clara. Últimamente hemos comprado de retama, y esa que no te voy a decir de qué es. Si vienes, procuraré tener en casa y adivinas.
En invierno me gusta tener jamón, para todo uso. Lo encargamos en El Bodón, en Salamanca. Yo no me hago vegetariana, principalmente a causa del jamón. Creo que las gentes que no toman jamón tienen problemas de tristeza.
El cuñado de Juanjo nos suministra tomates de su invernadero, así que los tomamos recién cogidos, de distintos tipos. A veces salen unos tomates gloriosos. El tomate es otra de las cosas que tomamos a diario.
A veces hago bizcochos o pastas, o compro algo de bollería en una pastelería de Calahonda. También traemos pan y tortas de chicharrones de una panadería de Adra, donde hacen un pan buenísimo.
El pescado últimamente lo compro en Adra. Hay puerto pesquero, está a unos 12 Km. de aquí y el mercado tiene muchos puestos. La Rábita ha sido hasta hace nada un pueblo de pescadores, pero últimamente los barcos se han trasladado a Adra, y aquí sólo quedan un par de personas que pescan y venden el pescado por la calle. Hay un mercado con una carnicería y un puesto de pescado, pero lo traen de Adra, así que nos vamos allí a comprarlo y nos dejamos de rollos. Hay un señor que a veces pasa con una moto vendiéndolo, pero no le he comprado nunca. Debe vender pescado pequeño, de freír.
El pueblo que está más cercano a casa es El Pozuelo, y hay un puestecito muy gracioso, en el que pone Pescadería, pero es mentira. En él, los domingos hacen buñuelos, y a veces he ido a por ellos. Hay también una panadería, pero el pan es regularcillo.
Tuvimos un año plantadas algunas cosas en el huerto: habas, cebollas, acelgas…pero últimamente no hemos puesto nada. Hay plantados algunos frutales, pero pocos de ellos nos dan alguna cosa. El limonero y el membrillo dan algo, pero sin exagerar. Lo que más da es el níspero, pero los frutos son más bien pequeños, habitualmente, excepto que el invierno sea frío y mueran algunas flores, con lo que salen menos frutos, pero más gordos. Este año tiene pinta de que vayamos a tener nísperos buenos. Lo que sí solemos tener en temporada es abundancia de higos. Hay tres higueras, pero dos de ellas están canijas. En cambio la más grande da muchos frutos. A veces están muy buenos, aunque no suelen ser grandes. Como no damos abasto a comerlos, hacemos mermelada de higo y repartimos entre la gente aficionada. A mí me encanta hacer mermelada, pero no la como. No me gustan los dulces muy dulces, así que, excepto algún bote para hacer alguna tarta, o así, reparto casi toda la que hago. En Alcalá hice de madroño, porque hay cuatro madroños en el jardín. Y últimamente me queda muy buena la de moras, dejando frutos enteros, como nos la puso la dueña de un hotel en Turquía. Me pareció extraordinaria y procuro hacerla así. Aquí no hay zarzas, así que no voy a poder coger moras para hacerla. Parece que hay moreras. No sé si me apañaré con eso.
Las naranjas y las mandarinas las compramos a un señor de Vícar, que tiene unas buenísimas, y corta según encargas, así que las tomamos recién cortadas.
El vino lo compramos por aquí, como ya comenté antes. El blanco de Laujar, y el tinto de según depende. El cava lo encargamos a una bodega pequeña, de un pueblo cercano a Barcelona, desde hace algunos años. Siempre tenemos cava frío en casa. Nos gusta cenar con cava a veces, si preparamos algo especial. Y para las cenas románticas, con velitas. En la nevera siempre hay, además del cava, vino blanco y cerveza. Muy fríos.
En Adra hubo una conservera que hacía la mejor melva canutera del mundo, pero cuando hubo problemas con la pesca y Marruecos, cerró la conservera y no ha vuelto a abrir, así que solemos comprar  conservas en el supermercado, excepto que vayamos o vaya alguien a Huelva, como Maribel, que es aficionada a ello, en cuyo caso tenemos algunas cosas de La Higuerita o de USISA, las conserveras de Isla Cristina, aunque ya se compran en El Corte Inglés. A veces encontramos unas semiconservas de La Higuerita que están de escándalo. Si no tenemos de éstas a mano, solemos comprar de Ubago o las de Hacendado, que no están mal para tener en casa.
Nos hemos tenido que quitar, por asuntos del colesterol, de los embutidos y quesos curados, que nos volvían locos, pero así es la vida y la edad!!.
Tenemos horno de leña, pero hace falta algo especial y que se reúna mucha gente para encenderlo. Por ejemplo, para asar una pata de marrano (paletilla o pierna, según el número de comensales), que  queda de miedo.
Por esta zona, lo más tentador es ir de tapas. Yo no lo evito, si tengo ocasión. Me encanta comer de tapas. En La Rábita hay un par de sitios y en Adra hay varios recomendables, aunque algunos van cambiando de dueño y empeorando. En verano apetece un montón, cuando aprieta el calor en la playa, tomar una cervecita muy fría con algo de pescado recién hecho.
Por la zona de Motril hay un par de sitios donde tomas unas quisquillas increíbles. Ya te llevaré cuando vengas, si te gusta el marisco pequeño. Yo no soy muy aficionada al marisco grande pero el pequeño, como las quisquillas de Motril, me encantan y los como a toda velocidad. Es en la única cosa en la que gano a Juanjo comiendo, así que tiene que ir espabilado, o le dejo sin probarlas. También me gustan las gambas de Huelva y los langostinos de Sanlúcar, pero las quisquillas de Motril son un hallazgo. También se puede tomar concha fina. Hay algún sitio donde la tienen habitualmente. Y pescado fresco grande, para hacerlo al horno o a la espalda. Suelo comprar pescado grande para hacerlo al horno cuando lo hay, pero por aquí no es tan frecuente. Juanjo prepara muy bien el calamar en aceite, que es un plato almeriense. Curiosamente, aunque el calamar se confita en el aceite, no queda nada aceitoso. Con mucho ajo. Y laurel. Si no mojas pan -lo que es casi imposible- es un plato ligero.
Antes había algunas cosas que ya van desapareciendo, como el pulpo seco, que ya casi no se encuentra y antes lo tomábamos de tapa con frecuencia, en un bar de La Rábita que tiene terraza. Ahora ya no hay en casi ninguna parte. También me gustaba mucho la caracola, aliñada con aceite, ajo y perejil. Pero la caracola de mejor calidad ya no se encuentra. Traen una que es más blandurria y ya no es lo mismo. La jibia se puede preparar igual y está buena, pero la caracola se acabó. Creemos que la que hay la traen de China o vete tú a saber, como los chanquetes esos insípidos que se ven de vez en cuando en los bares.
El plato más conocido de por aquí son las migas. Como es contundente y no suele hacer frío habitualmente, se acostumbra a tomarlas cuando llueve. Con pescado frito, a la plancha, seco, pimientos asados, morcilla, longaniza…..y granadas cuando hay. Me encantan con granadas. Se hacen de sémola, no de pan como las manchegas. Pueden ser de trigo o maíz, o mezcla.
En La Rábita antes eran típicos los boquerones encañaos. Los secaban en el barrio de pescadores, colgándoles de una caña por las agallas, previamente mentidos en agua de sal. Los sumergían en la pila del lavadero, y había una zona para secarlos. Pero han quitado el lavadero, han puesto unas palmeras de las que han sobrevivido sólo unas pocas y ¡hala!, a cargarse las costumbres ancestrales y a fomentar el turismo!. Pero turistas hay cada vez menos y nos hemos quedado sin boquerones encañaos.

EL VIENTO DE PONIENTE
Es que aquí, en casa, el Levante apenas se nota. Pero el Poniente nos vuelve locos cuando sale. Es frío e intenso. Cuando va a salir lo veo venir desde el horizonte mientras desayunamos  me quedo mirando como avanza por el mar hasta que nos echa del porche. En estas ocasiones es cuando hay más oleaje. En cualquier época, hace que desaparezca la playa de la Rábita, con mareas que llegan, a veces, hasta el paseo.  Pero su avance por el mar me fascina. Es como la costra que te arrancas sabiendo que no hay que hacerlo pero no te puedes resistir. Como a mirar el viento de Poniente cuando llega. Tengo la mala suerte de que, aunque suele quitarse al anochecer y reaparecer por la mañana, cuando estoy sola en casa a veces se mantiene durante la noche. Y me pone nerviosa escuchar el sonido del eucaliptus cuando intento dormir. La palmera y los agriaces también suenan algo, pero el eucaliptus produce un sonido tremendo. Y por la noche parece que suena más. A veces da algo de reparo pensar en que pueda partirse pero, con lo grande que es, no parece probable.
En La Rábita, en la calle de Los Carros, se mete el viento de tal manera que a veces me ha costado trabajo salir del coche. Y te empuja. Los tíos de Juanjo tenían ahí la panadería y los días de Poniente me costaba llegar.
De todas formas, es casi la única manera de ver el mar batir contra la costa. La playa de La Rábita tiene un acantilado en un extremo que la hace muy bonita. Ahí rompen las olas cuando hay viento. Y, como el mar por aquí no es muy bravo, de vez en cuando apetece verlo así. A los chicos les encanta que haya olas, porque no suele ocurrir, pero yo no suelo bañarme con Poniente.
En Enero hemos tenido alerta naranja por viento, coincidiendo con el ciclón ese del Cantábrico. Aquí hizo un día de perros y encendí la chimenea, aunque no hacía mucho frío, pero apetecía estar en casa caliente, leyendo, y con una mantita por encima. Desde casa se veían en el mar olas bastante grandes. Por la noche hubo un viento tan fuerte que me despertó un par de veces. Por la mañana pensé en bajar a La Rábita a hacer fotos de las olas rompiendo en el acantilado, pero estaba el día tan desagradable, lloviendo con viento, que se me quitaron las ganas y encendí la chimenea, me arropé con una mantita y pasé la tarde leyendo frente al fuego. Aunque no hacía mucho frío en realidad, apetecía arrebujarse.
Espero que no tengas la mala suerte de que haya viento de poniente cuando vengas. Podrías pasar frío, incluso en verano. Y dicen que dura tres días. Desde luego, cuando se mete, tarda en irse. O se nos hace muy largo. Creo que es el peor fenómeno atmosférico de esta zona. Porque cuando llueve es una curiosidad, y a mí me encanta desayunar con lluvia, en el porche, sin mojarte. Porque, si no hay Poniente, no hace frío y puedes desayunar en el porche todo el año. Aunque llueva.

MAR DE MAÑANA
Últimamente me ocurren muchas cosas sorprendentes: casualidades, lo llamarías tú, seguramente. Pero muchas casualidades consecutivas a veces llaman la atención, si bien como hechos aislados no tendrían importancia.
Reconozco que tengo una cierta tendencia soñadora a pensar qué significado pueden tener estos hechos casuales. Imagino que ninguno, como es lógico.
Aún así, te voy a contar el que me ha ocurrido esta mañana: tras unos días de viento muy fuerte, (aquellos en los que estuvimos en alerta y ocurrieron tantas cosas) al salir de trabajar por la mañana temprano, ví que el cielo estaba despejado, aunque ya volvían a sentirse de nuevo las primeras ráfagas de Poniente. La “Aurora de rosados dedos”, que diría Homero, teñía de ese color los picos de Sierra Nevada.
Volvía a casa. Ese día no estaba Juanjo. Él debía volver a mediodía en tren. Muchas veces había pensado en pararme un rato en La Rijana al salir de trabajar de noche, para verla con las luces del amanecer. Nunca lo hago, porque sé que Juanjo se preocupa si tardo. Como hoy no tenía prisa, aparqué el coche en el mirador de La Rijana y estuve un rato mirando al mar. No mucho, porque hacía frío y empezaba a haber viento. Observé algunos cambios que no se apreciaban desde la carretera, y miré el color ¿malva oscuro? ¿azul grisáceo? del mar a esa hora, aunque La Rijana, como ya te dije, tiene un color especial.
En casa, mientras pasaba el tiempo esperando que llegara la hora de marcharme a la estación, acabé un libro y busqué otro para seguir leyendo. Entonces me acordé de Cavafis. Hace muchos meses compré un libro de este autor, pero nunca había empezado a leerlo. Hoy decidí hacerlo y leer algún poema. Entonces tropecé, al poco de abrir el libro, con uno que se titulaba: Mar de mañana, y que dice:
Voy a pararme aquí. Voy a ver yo también un poco la naturaleza.
De un mar de mañana y de un cielo sin nubes
El malva reluciente y la orilla amarillenta; todo
Bañado de hermosa y clara luz
En fin, será una casualidad, pero suele llamarme la atención que me pasen cosas así. Cuando al rato fui hacia Almería vi durante un buen trecho un arco iris que dibujaba un semicírculo completo. ¿Sería parte del encanto del día?.

EL COLOR DE LAS NUBES
En invierno, como te he dicho, los atardeceres son rojizos y da gusto ver cómo cambian los tonos rojos de las nubes en el horizonte. Pero, sobre las nubes, todo lo que aprendí de pequeña, aquí no vale. Si te acuerdas, en el cole aprendíamos aquello de los cirros, cúmulos, nimbos….pues aquí no es así. Las nubes son de lluvia, de viento o de frío y hay unas a las que llamo nubes de temprano, y suelen aparecer en verano.
Las nubes de lluvia pueden verse llegar desde el mar o desde los cerros que tenemos detrás de casa. Si vienen del mar, nos llueve seguro, aunque a veces nos parece que está lloviendo en África y no llega aquí el agua. En esta costa, si vienen las nubes desde el norte, pueden quedarse enganchadas en las montañas, que están tan pegadas a la costa, y no caer ni una gota. Es curioso ver a veces cómo llevan agua las ramblas sin que hayamos visto lluvia. Otro fenómeno curioso es que el mar a veces se pone de color muy oscuro, grisáceo, estando el cielo despejado. Eso lo llaman que el mar está pidiendo agua. Cuando pasa eso suele llover, pero lo raro es cuando no se ve ni una nube cerca y el mar adquiere ese color. A mí siempre me deja perpleja.
Las nubes de viento son como jirones blancos. Anuncian ventolera. Son bastante comunes.
Las nubes de frío son algo especial. Espesas y redondeadas. Escuché a un meteorólogo que las llamaba lenticulares. Me pareció adecuado el término. Un día íbamos hacia Granada y había una sola nube con esa forma encima del Pozuelo. No llevaba cámara para hacerle una foto, pero era como si un platillo volante, muy bajo, fuera a posarse sobre el pueblo. Fue muy bonito.




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