10/10/2016 INGAPIRCA
Hoy vamos a visitar las ruinas incas que mejor se conservan en Ecuador, aunque el yacimiento no es grande. El viaje hasta allí desde Cuenca tarda más de dos horas, pero no podemos irnos sin verlo.
Como nos despertamos pronto, llegamos a la terminal terrestre bastante tiempo antes de que saliera el bus, pero nos vino bien para averiguar otros trayectos que necesitamos conocer a la vuelta de Galápagos.
Hemos pasado por Azogue, Biblian, hemos visto las cumbres borrascosas de los Andes y nos ha dado tiempo ha estar incómodos y desear llegar de una vez.
El pueblo anterior a las ruinas es Cañar. Los cañarís fueron el ultimo pueblo que se resistió a ser "incaizados" y aún así, dejaron sus marcas bien colocadas. La única solución que tuvieron los incas para dominar esta parte fue ir creando lazos de matrimonio con princesas cañarís. De uno de estos matrimonios nació Atahualpa. Aún así, entre la "incaización" de la zona y la conquista española sólo pasaron 60 años.
Los cañarís adoraban a la luna, los incas al sol. En los centros ceremoniales como el que visitamos de Incapirca, hay partes de construcción inca y partes cañarís, bien diferenciadas. Los incas construían en rectángulos, los cañarís en círculos; los incas con Andesita, los cañarís con cantos del río. Así que al final, el templo del sol que domina este recinto es elíptico, el único de esta forma en la cultura inca. Las hornacinas que se recubrían de oro para que brillaran en los solsticios, dominados por el sol -Inti- tenían su contrapunto en las hornacinas que se iluminaban en los equinoccios, dependientes de la luna.
Hemos visto un árbol al que la guía que obligatoriamente te enseña el recinto llamó Floripondio, y servía de anestésico y para tratar ciertos males. En grandes cantidades, se utilizaba para envenenar al séquito de personajes importantes para que les acompañarán en la tumba, como una sacerdotisa cuya tumba se encontró en el recinto.
Hay una zona de baños incas y otra de baños cañarís. En ambos casos la purificación mediante el baño ritual era imprescindible. Hay una zona de plantaciones, otra de alojamientos, y el templo del sol coronándolo todo y con vistas en todas las direcciones, por lo que los guardias podían ver el peligro que se aproximara desde cualquier punto.
Por el recinto pululan llamas, que yo creo que están puestas como ornamentación y para darle "ambiente" al lugar.
He hecho fotos de todos los letreros que he visto porque la guía empezaba a hablar según llegaba a un punto, éramos un grupo grande, iban niños, y caminábamos por los senderos intentando enterarnos de algo y que nos diera tiempo a verlo bien, hacer fotos...
En el templo del sol ha acabado su cometido la guía y había otros senderos para hacer a tu bola, fuera del recinto. Hemos subido hasta un juego hecho en piedra, desde el que se domina todo el conjunto y luego hemos vuelto a coger el bus que vuelve a la una a Cuenca.
El viaje de vuelta ha sido muy largo, como el de ida, parando a cada momento a coger y dejar viajeros y "amigos lindos" que nos contaban su rollo para vender cosas variopintas, desde remedios a chocolatinas. Un tostón. Juanjo quiere que haga un apartado de "amigos lindos", pero no me apetece mucho. Son un hartazgo.
En Cuenca hemos ido directos a la tienda de Homero Ortega, especialista en sombreros de paja toquilla, que son los que llaman Panamá, como ya he explicado antes y pensamos que ya sabe todo el mundo que no se hacen en Panamá, sino en la zona de Cuenca, aunque la paja toquilla crece en la costa.
Isabel, la recepcionista, nos ha llevado por el museo y nos ha explicado la fabricación de sombreros, cuyo precio depende de las veces que se deshilache cada hebra de paja, porque así el sombrero tendrá una trama más fina y será más tupido. El más caro tarda dos meses en fabricarse y vale unos 200 $, aunque he visto algunos de gala que valen más que eso.
La paja toquilla hay que hervirla después de cortarla, para que sea más flexible. Las aldeanas mandan los sombreros tejidos pero sin rematar. En la fábrica se lava la paja para blanquearla con agua y agua oxigenada, se deja secar, se vuelve a lavar, se cambia de posición el sombrero todos los días...luego de mete en la prensa para darle forma, se le da un tamaño, y se pasa a las operarias que rematan cada pieza, les hacen adornos, les ponen cintas, etc. En el almacén tienen unos 23 mil sombreros, según los traen las aldeanas, pendientes de procesar.
Hemos visto una colección de fotos y de sombreros que hemos podido probarnos a nuestro gusto. Nos han presentado a Alicia, una de las herederas de la empresa, que me ha dado indicaciones sobre un sombrero muy chulo que me estaba probando, y me ha dicho que servía para tapar el escote, porque era de ala muy ancha, aunque corta por detrás.
He retratado todos los que he visto para mandarle las fotos a Luisa Rojo, a quien creo que le gustarán.
Juanjo va a comprarse uno, en tono tostado, con cinta en color café, pero iremos mañana a por él, para que le hagan un par de arreglos a su gusto. Yo me he probado varios, pero no encuentro el ideal, y algunos que me encantan son demasiado de fiesta, pero elegantísimos.
Hemos cogido un taxi para volver a nuestra zona y luego hemos vuelto a cenar en La Placita, tras dar una vuelta a ver si veíamos algo que nos apeteciera más.
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