Llegamos a Estambul tras alguna incidencia intrascendente o, al menos, solucionable y con la renuncia a última hora de un miembro del trío que íbamos a viajar. Así que Chus y yo somos las únicas integrantes del grupo.
Había reservado un transfer y, tras un ratito de espera, llegamos al Hotel Idylle sin problemas.
El hotel es magnífico, su gente amabilísima y la ubicación inmejorable, a nada de la plaza de Sultanhatmet.
Dotado de todo lo posible, lo que nos ha evitado cargar con jabones y champús. Limpio y bonito, recién renovado.
Tras acomodarnos, hemos dado un paseo hasta el puente de Galata. Lo hemos recorrido por arriba, viendo el Cuerno de Oro, las mezquitas iluminadas y los pescadores.
Como tenemos hambrecilla, hemos cenado en uno de los restaurantes del puente, unos mezze (tapas) ricos, boquerones fritos y unos vinitos. Hace fresquete, pero la vida del turista es así y aguantamos el tipo. Pero nos hemos ido a dormir porque estamos algo cansadas del viaje.
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