18/10/2016 MAREOS A ISABELA Y SUSTO EN CONCHA PERLA
Nos hemos levantado a las seis, porque teníamos que estar en la boletería a las seis y media. El boletero nos ha acompañado al muelle para acoplarnos en un barco que se llama Sierra Negra. Nos han pedido los pasaportes y hemos pasado otro control ambiental, pero han abierto todas las maletas y a mí me han echado desinfectante en la suela de las botas que llevo dentro. Luego nos han puesto una brida cerrando la maleta, igual que hicieron en el aeropuerto.
Un taxi acuático nos lleva hasta el barco previo pago de medio dólar por persona, que eso no nos lo había dicho nadie. Íbamos a sentarnos en la popa del barco, pero el capitán dice que allí cae mucha agua, que está el mar muy movido. Así que nos metemos dentro, aunque hace calor. Nos habían asegurado que las maletas no iban a mojarse, porque en la proa no entra agua. Mentira y gorda. Me doy cuenta de que a mí maleta le ha caído un chorro de agua y aviso. Uno de los pasajeros se ha metido en la proa a cerrar una escotilla que han dejado abierta. No podía cerrarla del todo y Juanjo le ha prestado uno de los cordones de sus zapatos para que quedara cerrada. A todo esto, el piloto iba a lo suyo. Nos ha repartido bolsas para vomitar y ha salido como alma que lleva el diablo. Yo he tomado dos biodraminas una hora antes de embarcar y no hemos desayunado, pero la mujer y el hijo del que se ha puesto a cerrar la escotilla vienen comiendo bolón de verde y el olor a queso me está revolviendo el estomago.
Menos mal que hoy, por primera vez, no hace ni pizca de aire, porque el barco, que es pequeño, como para veinte personas, quizá veinticinco, da unos brincos que da miedo. Quien más, quien menos, va verde. La mujer del bolón de verde se ha puesto a vomitar enseguida, y una chica que va enfrente, va echada para atrás, con los ojos cerrados y respirando hondo. Alguna gente más va como intentando dormir, pero los leñazos que da el barco cuando saltan las olas te sacan del asiento. Yo he llevado medio vaya la primera mitad del trayecto pero en un momento de mucho brinco he cerrado los ojos y ha sido peor. No me ha quedado otra que vomitar. No mucho, pero lo justo. Parece que me he aliviado. Al rato ha vomitado El Niño del Bolón y luego, ya acercándonos a Isabela he echado yo otra bocanadita. Menos mal que Alfredo me había adv reído que ese trayecto era un espanto y he sacado ida y vuelta a la primera hora de la mañana. Juanjo me ha preguntado a qué hora tenemos la vuelta y dice que menos mal. Porque esto, después de haber comido puede ser una catástrofe, aparte de que suele entrar el viento a lo largo de la mañana.
En Puerto Ayora nos meten en otro taxi. Éste es a dólar por barba. Vamos empeorando. Y luego nos cobran cinco dólares más por derechos portuarios. Los del hotel deberían haber venido a buscarnos y no han aparecido. Vamos andando, pero no está muy cerca y hemos tenido que preguntar varias veces. Al llegar, digo que tenía el traslado en la reserva y que, además, les he enviado mensajes con la hora de llegada y me pide la señora disculpas, pero que ha debido olvidarse. Pero después del trayecto te remata buscar un sitio que no está bien indicado y por caminos de tierra, apenas hay asfalto ni aceras.
No está la habitación preparada, como era de esperar, pero nos entretenemos desayunando. A pesar de todo, me apetece algo sólido, y la fruta con yogur, los huevos y las tostadas, parece que me sientan bien. Un par de tazas de té terminan de entonarme, aunque no me he atrevido con el jugo.
Nos cambiamos y vamos a visitar cosas. Creo que una caminata nos sentará bien. Hemos ido hacia el centro de crianza de tortugas, pasando por unas charcas, la poza Salinas, donde hay flamencos rosadísimos, casi rojos. También hay algunos patos y aves de largo pico, de las que hay en las charcas. No sé su nombre. El sendero pasa entre manzanillos, ese árbol tan peligroso.
Al inicio hay un letrero que dice
PASO DE IGUANAS
REDUZCA LA VELOCIDAD
Y, ciertamente, pasan iguanas y, ya en el sendero, tienes que ir sorteándolas, porque bloquean el camino.
A ambos lados del sendero vemos charcas y hay flamencos en todas ellas, aunque no en gran cantidad. El camino está parcialmente sombreado por el manzanillo, menos mal, porque hace calor.
El centro de crianza tiene muchas tortugas de varias especies. Recogen los huevos, los incuban y mantienen a las tortugas en recintos de distintos tamaños hasta que cumplen 8 años y son lo suficientemente grandes como para que una rata o un perro no se las coma, y así garantizan su supervivencia. Hay alguna especie, como las Tortugas de Cinco Cerros que ha estado a punto de desaparecer, pero las recogieron y, dos años después de meter en el recinto 18 adultas, nacieron 200 galapaguitos. Así que la población de tortugas de esa especie ya está asegurada. Esa especie tiene el caparazón aplastado y son más alargadas.
De las tortugas de Cerro Paloma tienen cuatro machos y cuatro hembras, que están teniendo descendencia.
Hemos podido ver los huecos en incubación y los cascarones rotos. Los galapaguitos están en jaulas y los dejan en cercados cuando ya son lo suficientemente grandes como para no correr peligro, hasta su liberación.
La edad de las tortugas alcanza los 150 años. A los 25 son adolescentes, y hasta los 100 años no terminan de alcanzar su tamaño definitivo.
De las de 8 años hay un montón, así que supongo que las Irán soltando poco a poco.
Bueno, está bien que haya organizaciones que se ocupen de que estos animales no se extingan, aunque seguro que ya hay muchas variedades que han desaparecido, como la del Solitario George. Los piratas las capturaban y las guardaban en las bodegas de los barcos. Como las tortugas pueden vivir hasta un año en esas condiciones, los piratas tenían carne fresca siempre, pero casi acaban con todas.
Darwin las cabalgaba y también se las comía. Ahora eso no se le ocurre a nadie de estas islas. Yo tomé un guiso de tortuga en el delta del Orinoco y, la verdad es que estaba bien bueno. Era una tortuga pequeña, pero dejó el guiso de patatas muy gelatinoso.
Fuimos hasta otra charca más adelante, donde no había muchos flamencos y ninguna sombra, así que regresamos por donde habíamos venido. Como hemos desayunado tarde, no tenemos hambre, así que hemos ido a Concha Perla, tras subir a ponernos los bañadores, coger las máscaras, la GoPro, toallas....
Yo he leído algo de que es mejor ir a Concha Perla con marea baja, pero no recuerdo el motivo. Se llega desde, embarcadero por una pasarela de tablas que pasa entre manglares donde descansan lobos marinos, a los que distinguimos por el olor. Huelen que apestan a pescado fuerte.
Me puse el traje de lycra, porque tengo la espalda quemada y los escarpines, porque he leído que hay una barrera de lava.
Mientras me visto, un lobo marino me observa con curiosidad. Juanjo ha retratado la escena.
He perdido la bolsa de plástico en la que llevaba los escarpines. Me preocupa que se caiga al agua, pero el lobo marino se ha puesto debajo del banco donde me estoy cambiando y estoy segura que la tiene debajo, pero no le puedo dar patadillas para que se mueva,motor que estos bichos tienen malas pulgas y mucha boca.
He recorrido el manglar hasta el rompiente, donde ya no se permite el paso, pero no he visto grandes cosas. El agua está turbia. Al cruzar la ensenada me he encontrado con una tortuga. Intenté grabarla, pero la GoPro hace cosas raras y no ha grabado nada. No es la primera vez que me pasa con esa cámara. Es prestada, pero yo creo que apenas la han usado y alguna chorrada tiene. He salido del agua para quitarle la batería y, al meterme de nuevo la tortuga casi se me echa encima, intentó grabarla pero que si quieres...me sale el vídeo como para editarlo y tampoco ha grabado. Luego me he puesto a grabar chorradas para probar y eso sí, mira tú!
Iba a salir pero he visto que había mucha gente para entrar en el agua y Juanjo me ha dicho que hay gente que ha visto lobos marinos saliendo hacia la derecha, en un sitio que hay un barco viejo. He ido hacia allá y se ha metido una corriente fuertísima que no me dejaba volver y he pasado un rato chungo. Me ha llevado casi hasta el puerto, pero yo no sabía ni dónde estaba, porque, además, el sol lo tenía de frente, se reflejaba en la mascara y no veía nada.
Menos mal que llevaba el traje de lycra y los escarpines que, si no, me habría tenido que dejar llevar por la corriente hasta el embarcadero. He salido pegándome al manglar, agarrándome a las ramas e intentando caminar sobre las piedras de lava que pinchan muchísimo. Si no llego a llevar puesto traje y calzado, no habría podido hacerlo, pero me ha costado mucho, porque la corriente me ha llevado mas lejos de lo que yo creía.
He salido diciendo que había pillado un susto. Juanjo andaba algo mosca porque yo no salía y no podía verme. Me ha contado que un señor que va con un grupo les ha dicho que no se fueran hacia ese lado, que la corriente era fuerte.
La marea está subiendo mucho y alcanza a la pasarela, incluso la sobrepasa un poco. Juanjo se ha dado un baño y se ha encontrado con la tortuga. Mira, ya que no la he grabado, al menos la ha visto.
Nos hemos marchado. La marea está entrando fuerte y hay mucho oleaje y ya no es cómodo para bucear.
En el puerto hemos estado retratando a los lobos marinos, que están saliendo del agua y moviéndose por debajo. Algunos ocupan los bancos de madera que hay a la sombra, otros se tumban en la arena y es que ni se mueven. El que se quedó debajo del banco donde me puse el traje, ahí sigue, impertérrito, sin mover una aleta.
Los pelícanos andan también dando vueltas o parados en la playa. Se supone que debe haber pingüinos, pero no los vemos. Subimos a un mirador sobre la mar, al que se llega por una pasarela que antes conducía a un bar elevado sobre el agua, que está desecho.
Hemos ido a ducharnos a La Gran Tortuga, y a ponernos limpios para cenar, aunque no tenemos apenas hambre...qué cosas!
No conocemos nasa aún y la dueña del hotel nos dijo que en el Velero había pescado y marisco a buen precio. Ya tarde, nos dimos cuenta de que el "buen precio" debía ser el menú, pero la carta es carísima. Yo he tomado spaguetti, que la pasta después de haber tenido el estomago regular va muy bien y me apetece. Juanjo ha tomado Albacora, que parece que es el único pescado que tienen, no sé si siempre o sólo hoy. Langosta si hay, pero al doble de precio que en Puerto Ayora.
Decidimos que comer todos los días en ese plan no puede ser. Dimos una vuelta y descubrimos el mercado y un par de supermercados, pero tienen poquísimas cosas y caras. La cerveza vale lo mismo que si la pides en el bar. Las latas, a 2,50 dólares cada una, la cerveza local. El vino, a más de 26 dólares. Por una copia de vino te cobran 10 $ en las islas. Ni locos.
Juanjo quería asomarse a la playa, pero corre un viento frío y yo no llevo nada de abrigo, así que volvimos al hotel, porque aquí no hay nada más hacer. Detrás del Velero hay un campo de fútbol y nos han estado radiando lo que ocurre durante toda la cena con un potente altavoz. Juanjo no ha podido enterarse de los resultados porque en la habitación no funciona la TV. Nos dicen que en ninguna, sólo en la cafetería. Tampoco funcionaba el refrigerador, pero ese nos lo han cambiado. Es uno de los pequeños.
He descubierto un tendedero en la azotea donde corre el viento de lo lindo, para dejar los bañadores, el traje de lycra y lavar alguna cosa.
He pasado el rato poniendo el diario al día. El Internet va de pena mora y renuncio a intentar escuchar algo o buscar cosas. Juanjo se ha quedado dormido enseguida.
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