sábado, 14 de febrero de 2015

DIA 110 CREMATORIO Y TIBETANOS

DIA 110

5/FEBRERO/2015 CREMATORIO Y TIBETANOS


Me ha comentado Juanjo que está un poco harto de templos, así que nos vamos hoy a Pashupatinath, para cambiar de rollo.

Cogimos un taxi, porque solo está a seis km, cerca del aeropuerto. El taxi nos dejó enfrentito  de la oficina de la oficina de pagar la entrada, que es bastante cara, pero es lo que hay. Un señor nos ha enganchado por banda, se ha puesto a explicarnos sin dejarnos en paz. Pero como el asunto de las cremaciones requiere algo de explicación, esta vez nos hemos dejado, aunque a regañadientes.

El pueblo lo que tiene que ver, fundamentalmente, son las orillas del río Bagmati, un río sagrado, donde se hacen las cremaciones de la zona. Según entramos, a la izquierda están los crematorios para ricos y a la derecha los de la gente normal. Una cremación cuesta unas veinte mil rupias, unos 18 euros. Las de ricos, el doble.

El rito es como sigue: durante siete días se le realizan determinadas ceremonias al difunto en su casa. El día de la cremación lo traen al río en una parihuela, envuelto en un sudario blanco y cubierto con una tela de color azafrán y rojo -azafrán la pureza y rojo la victoria- y se le ponen guirnaldas de caléndulas. Le dejan solo el sudario y lo bañan en el río, bajo el templo, a donde cae la leche que se ofrece en el templo por unas cañerías. De esta manera se purifica. Luego lo cubren de nuevo con la tela azafrán y las flores y lo llevan en la parihuela a las plataformas de cremación. En ellas está preparada la pira de madera. Lo colocan sobre la pira, le quitan las telas y flores y -lo único que me parece un poco fuerte- el hijo mayor si el difunto es hombre, o el pequeño, si es difunta, le pone algodón en la boca y allí prende la primera mecha. Eso es para liberar el espíritu del difunto y que pueda ir a reencarnarse. Luego meten más fuego por debajo. La cremación dura unas tres horas. Cuando acaba, empujan la pira al río. Mientras, los hombres con parentesco más cercano -las mujeres no asisten a la ceremonia- se afeitan la cabeza y vestirán de blanco durante un año.

Al templo no nos está permitida la entrada. Tenemos que verlo de lejos. Tiene la fachada plateada y contiene una imagen de Shiva. En la orilla del río que está frente a los crematorios vemos bastantes Sahddus. Están llegando en peregrinación porque hay fiesta la semana que viene. Viven en cuevas, comen de la caridad de la gente y se dedican a meditar y a fumar marihuana, así que se les ve muy contentos. La marihuana es para ayudarles a concentrarse en la meditación, parece ser. Van vestidos de azafrán, con bastante andrajo y las caras e incluso el cuerpo muy pintados de blanco y rojo. Han adoptado ese estatus porque ya no quieren reencarnarse más. Los enterraran, por tanto, para acabar el ciclo. A los lactantes también los entierran. Los llevan al parque de ciervos que hay detrás de nosotros, igual que a los Shaddu. Una vez que los niños han tomado su primer bocado de comida, si mueren, se les quema. El padre es el encargado de ponerles el fuego en la boca. Un horror.

Si una persona no tiene familia o medios para ser incinerada, los sacerdotes del templo se ocupan de ello. Si no tiene hijos que le pongan el fuego en la boca, lo hace un sacerdote, pero se quema a todo el mundo,  de esa manera, cristianos incluso, si quieren.

Lo cierto es que, relató aparte, la ceremonia no resulta desagradable. Le pregunto a Juanjo cómo lo lleva, porque no las tenía todas consigo, pero no ha sufrido, aunque tampoco le ha gustado, lógicamente, pero es un ritual que, aparte de aquí, sólo se ve de esta manera en Benarés y es interesante, como todos los rituales.

En la orilla opuesta a las cremaciones hay muchos templos de Shiva con sus Lingam y allí están los Sahddus de palique. Les hicimos una foto ,pero hay que darles pasta a cambio. Todos los Sahddus que encontramos nos dicen que si foto, pero con pringar una vez, ya vale.

Vemos un antiguo templo que ahora es un hospicio de la Madre Teresa. Alberga ancianos y discapacitados. Hay un templo pequeño en la orilla de las cremaciones que es de la diosa Kali. Los relieves de los tirantes tienen gente llevando miembros humanos en bandejas. El "guía" nos explica que antiguamente, a la gente que se comportaba como animales, por ejemplo, en caso de relaciones  sexuales con miembros de la familia, los sacrificaban a la diosa, porque ya no se les consideraba humanos. La verdad es que me ha costado siempre trabajo creer lo de los sacrificios humanos a Kali, pero parece que es verdad..

Nuestro "guía" acabó allí su explicación y nos pidió veinte dólares a cambio. Le dijimos que ni locos, claro. Menudo morrazo!.
Nos dirigimos a Bodhnath andando, que sólo está a veinte minutos, tragando polvo, eso si. Este pueblo, aparte de una interesante Stupa y monasterios, alberga una importante población de tibetanos huidos del Tíbet chino. La población tibetana es, de todas formas, anterior a la expulsión, y la Stupa y los monasterios del pueblo son tibetanos desde hace siglos. Al principio le voy señalando a Juanjo discretamente cada vez que nos cruzamos con una tibetana, que son más fáciles de reconocer por su indumentaria, básicamente un traje negro con un delantal de colores y un tocado de colores. Son bajitas y de pómulos más salientes, bastante distintas de los nepalíes. Los hombres pasan más desapercibidos, porque visten como todos. Al cabo de un rato vemos cada vez más tibetanos y ya no hace falta señalarlos.

La Stupa la vemos al mediodía, lo que ha sido un engorro, porque está blanqueada y, como hay que mirar hacia arriba, lloran los ojos con el sol. Se puede subir el plinto. En la parte baja hay jardíncillos bastante monos, que solo se ven desde arriba. A la entrada, antes de subir el plinto, hay un molinillo de oración de los grandes. Hemos tirado la Stupa como está estipulado, en el sentido de las agujas del reloj. Esta tiene muchas tiras de banderas que van desde el pináculo hasta el plinto. Las banderas son oraciones que suben al Nirvana al moverlas el viento. Son de muchos colores. Queda bonito. La de Katmandú no tenía tantas como esta. Ni que decir tiene que nos ha tocado pagar para entrar en la plaza.

Hemos comido en un restaurante de la plaza, pero era caro y la cerveza estaba caliente. Era vegetariano, así que hemos tomado momos de verdura y un falafel bastante bueno, metido en chapatis, con yogur y humus.

Después de comer hemos iniciado la visita de los monasterios, localizándolos en el mapa de la guía y en otro que había en la pared de la plaza. Alguno estaba cerrado, pero hemos visto unos monasterios mucho más amplios y menos oscuros que los que vi en el Tíbet indio. Uno de ellos tiene un techo altísimo, unas pinturas en perfecto estado y un Buda muy grande. Es, además, una escuela de artes y escuchamos ensayar el toque de las trompetas tibetanas.

Me he peleado un poco con Juanjo porque no sé qué manía le ha dado, que no entra en los monasterios, donde puedes pasar sin problemas una vez que te quites los zapatos. Pero se queda en la calle, tontamente, hasta que salgo con cara de enfado y le pregunto qué coño hace allí fuera. Me hace lo mismo en todos y estoy a punto de matarlo.

En uno de los monasterios los lamitas pequeños estaban comiendo, vigilados por un Lama mayor. Pido permiso para entrar al Profe y me indica que entre. Al principio los niños estaban callados, pero empezaron un cántico mientras comían.

En otro de los templos estaban en plena ceremonia. Uno de los lamas aprendices me señaló que me sentara en una pila de cojines. Estaban leyendo en alto el libro de oraciones y de vez en cuando tocaban el gong, los tambores, los platillos, y trompetas pequeñas y de las largas. Estas las tenían apoyadas en unas cajas pequeñas. La verdad es que el sonido es muy ronco. Mientras, un Lama joven entraba y salía llenando una jarrita metálica con agua dentro del templo y tirándola al patio enseguida. Hacia eso todo el rato.

Las paredes de todos los templos están plagadas de pinturas, en plan horror vacui. Pero en estos templos que no son tan oscuros, se ven bien y resultan bonitas. A veces están cubriendo también los pórticos de entrada. Los monasterios por fuera están pintados en colores y dorados. A veces tienen jardines. Son bastante chulos, la verdad.

Hemos vuelto a la plaza de la Stupa. Según avanza la tarde, la plaza se va llenando de gente que da vueltas alrededor de ella, moviendo molinillos y con rosarios tibetanos, en un rezo común Om Maní Padme Hum. Este mantra se escucha con música en algunas tiendas. Te aprendes la melodía enseguida. Es relajante. Una vez descargué una aplicación para relajarte y dormir que tenía esa melodía. Por eso, en cuanto la escuché aquí, me puse a cantarla.

La gente forma un torbellino cada ves más grande, que te arrastra más cuanto más cerca vayas de la Stupa. La mayor parte de la gente es tibetana, de todas las edades. Frente a la entrada de la Stupa, donde se encuentra un altar concurrido,  hay un fuego en un gran caldero de metal donde la gente echa bolsas de hierbas aromáticas.

Teníamos varias posibilidades: coger un taxi e irnos a ver un templo que parece interesante entre otras, pero decidimos quedarnos en la plaza, porque se estaba bien. Encontramos un banco para sentarnos y contemplar el paso de la gente. Finalmente nos marchamos, pero yo pensaba que era de esos sitios de donde no te apetece irte.

Volvimos en taxi a Katmandú, pillando un atasco que te cagas. Debe ser lo normal. Hora punta o no, siempre hay atasco.

Hoy hemos ido a cenar al restaurante de un hotel, que tiene comida tipo occidental y a Juanjo le apetecía comida seria. Pedimos unos momos para compartir y yo, equivocadamente, pedí pizza. No pude acabarla, se la tomó Juanjo, que se había metido un platazo de pollo también. Además, pasé toda la noche con mucha sed y apenas teníamos agua en la habitación. Mal rollo.






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