31/10/2016 RESERVA CIENTÍFICA JATUN SACHA
Nos ha indicado Ana que es una buena caminata para la mañana. Tras el desayuno, nos ha llamado un taxi para llegar a la reserva, que está a quince minutos en coche, y cinco dólares de taxi, en el camino a Aguano.
El taxista nos indica que para volver, cojamos cualquier autobús e indiquemos que nos dejen en la "ye" de Misahualli y que desde allí tendremos que caminar unos dos km. A estas alturas, ya nos hemos dado cuenta de que la "ye" es una Y. O sea, un cruce.
En la reserva nos recibe el director, un alemán. Nos dice que hay como para caminar dos dias, pero nos recomienda un sendero de unas tres horas, con guía. Hay un sendero auto guiado de una hora, pero preferimos adentrarnos un poco más en el bosque. Años cobra seis dólares a cada uno por la entrada y otros 10$ en total por el guía. Así que ha llamado a Christian, un indígena que nos dice que sólo lleva tres meses trabajando allí, igual que el director.
Si alguien que lea esto quiere ir, yo le recomiendo ir más temprano, porque así podrá ver algún animal y no sudará tanto. Yo no sudo habitualmente y estoy empapada. Y eso que vamos a la sombra. Si, por casualidad pillamos un rayo de sol, pica algo tremendo.
Pasamos por zonas de barro en las que hay colocados troncos para pasar. Tenemos que pasar bastantes riachuelos sobre troncos de madera. Un puente de troncos tiene una cuerda para agarrarse, pero está llena de hormigas. Me sacudo cuando me doy cuenta y el guía dice que hay un termitero y están saliendo.
Vemos árboles caminantes. Son los que sacan una raíz nueva para recolocarse y buscar la luz y acaban teniendo muchas patas. El guía nos dice que los árboles mantienen una lucha constante y compiten entre ellos a diario por la luz, creciendo más que el vecino o desplazándose, como el caminante.
Vemos Ceibos, esos que tienen las raíces tan grandes y a veces sirven de refugio. (En Senegal los llaman Queseras, porque los utilizaban los franceses para mantener el queso fresco).
El guía ha subido parte del tronco de un Ceibo, agarrado a una liana. Va con su machete limpiando el camino de ramas caídas. A veces me sobresalta el ruido de un machetazo, porque vamos en silencio, a menos que nos enseñe alguna cosa. Hemos empezado andando por bosque secundario y no a adentramos hacia el primario, que es más frondoso.
Hay una torre de observación sobre la copa de los árboles. Tiene 30 m. Nos ofreció el director unos arneses por si queríamos subir y nos dijo que él aún no se había atrevido y que va intentándolo por tramos.
Yo pensaba que la torre era como las que hay en otros sitios y me extrañaba lo del arnés. Pensaba que era por la altura. Pero qué va. La torre es un poste de metal triangular con un entramado por el que te subes con el arnés como puedas. Nos dice que los voluntarios suben todos como locos y que a veces se quedan arriba, donde debe haber una pequeña plataforma, a pasar la noche. Debe moverse con el viento, además, como es lógico.
Hablando del viento, tanto anoche como ahora, vemos grandes árboles caídos. Lo cierto es que en la selva amazónica hay muy poca profundidad de terreno para el enraízamiento de los arboles, a pesar de que algunos son enormes y todos son muy altos. De forma que, cuando hace viento, algún árbol grande cae, arrastrando consigo a los que le rodean. Hemos visto alguno que claramente se ha caído hace poco. A veces tienen que serrar los troncos, si son muy grandes, para dejar libre el camino. Si el tronco no es muy grande, pasamos por encima.
Los senderos están marcados por número, y con sus estaciones numeradas también. Hay un punto en el que pone un letrero de No Entre. Nos explica el guía que desde ese punto hay un sendero que recorre la reserva y que, a paso de ellos, se tarda unas cuatro horas en recorrer. Pero que la gente que va por allí, o sea, los voluntarios, siempre tienen que ir acompañados, porque es muy fácil perderse y a veces tienen que salir a buscar gente. Los trabajadores tienen que recorrerlo de vez en cuando porque hay traficantes de madera que entran a la finca y se llevan árboles que en la Fundación están intentando proteger. Y además tienen que mantener los senderos limpios. Los científicos a veces pasan la noche caminando, buscando especies. Los guías los acompañan.
Hemos llegado al río que bordea la reserva y allí me lavo un poco el sudor que me empapa. No es el esfuerzo físico, aunque caminamos subiendo y bajando lomas, sino el sudor lo que más me incomoda. Llevamos una botella de agua y vamos bebiendo a sorbitos, aunque yo en algunos momentos siento que me deshidrato.
Hemos caminado unas tres horas. Además de las especies ya conocidas, hemos visto otras:
Pambil. Para construir. Es un árbol de madera dura
Curare, las hojas grandes que a mí me recuerdan a una Aspidistra o similar. Hojas grandes, en una planta de poco tallo.
Hoja de Elisan, o paja Toquilla. La hoja se utiliza para cubrir los techos de las cabañas y que no entre agua. La fibra, para atar los maitos y para hacer sombreros. También para hacer vestidos. Y el fruto lo comen los pájaros, así que se aprovecha entera.
Shipate. Es una palma cuyo tallo se utiliza como soporte para las hojas de Elisan.
Surupanga. Son unas hojas no muy grandes, que creen casi a ras de la suelo y que, cogidas en ramos, las utilizan los chamanes para hacer limpias. Recuerdo aquella sanadora que vi en un mercado, que estaba pasando un ramo de hojas por el cuerpo de una niña. O sea, que le estaba haciendo una "limpia"
Chambira. Es una hoja que sirve para tejer
Capirona. Es un árbol que tiene una madera muy lisa, pero mucho. Da gusto pasarle la mano. El árbol cambia la corteza cada poco. Nos dice el guía que la madera es más lisa cuanto más reciente es el cambio de piel. La madera parece muy dura y vale para construir.
El bambú de tronco amarillo también vale para construir, pero requiere de una técnica especial. Es mejor el verde.
Acabamos viendo unos cercados donde tienen dos especies de cerdos de monte que han recogido porque estaban en peligro. También tienen algún capibara. Y sus plantaciones y gallinas para consumo de la gente que se hospeda en la reserva.
Nos despedimos del director y salimos a la carretera, donde esperamos al bus en una parada techada. Hace un calor de espanto y pienso en los dos km al sol que tenemos que recorrer.
Nos subimos al primer bus que ha pasado pidiendo que nos dejaran en la "ye" de Misahualli y así ha sido. Hemos empezado a andar, junto a un escolar. pero ha pasado un coche y Juanjo lo ha parado, pensando que era un taxi. No lo era, pero nos han llevado a los tres de igual forma. Supongo que en estas zonas la gente colabora entre sí habitualmente, porque es complicado moverse y todo está lejos.
Preguntamos por el bus a Baeza, que sale a diario a las 8:30, pero no compramos los boletos, porque dicen que no hay problema. Vamos hacia el Lodge tomando una cola y una cerveza muy frías por el camino, en una tiendecita de la carretera. No tenemos hambre. Sólo sed y ganas de ducharnos. Hemos llenado la botella de agua filtrada antes de salir de la reserva, así que tenemos agua para la tarde, aunque Ana tiene en la cocina también.
Hemos descansado en la habitación con el ventilador puesto. Juanjo duerme, yo escribo. No salimos hasta que empieza a caer la noche. Pago a Ana y organizamos para que avise por la mañana un taxi para ir hasta el centro con la maletas.
Vamos dando un paseo hasta el Jardín. Cenamos allí. Es muy parecido al del Puyo, pero con estanques con patos blancos. Tiene un terreno grande y da al río, así que van a construir alojamientos también.
Está Sonia, la madre de los chicos del Puyo, que está aquí habitualmente. Charlamos un rato con ella, tras cenar una chuleta con salsa de chocolate fabricado por ellos de su plantación de cacao. Nos ha contado la historia del restaurante. Son originarios de Baños y allí lo tenían de siempre. Compraron el terreno del Puyo para pasar ellos sus vacaciones. Pero, tras una evacuación en Baños en los años '90, tuvieron que mudarse y utilizaron el terreno del Puyo para ello. Luego han construido el de Misahualli y aquí se ha quedado Sonia. Los hijos llevan el otro.
Le hemos dicho cuánto nos gustaban ambos sitios, su gente y su cocina y está encantada que se lo digamos, parece.
Hemos vuelto paseando. En la entrada del restaurante hay una tarántula muerta, toda peluda. Nos dice Sonia que el vecino (Pedro) un día entró por el restaurante como buscando algo y dijo que se le había perdido una boa (anaconda). No le creyeron, porque anacondas no hay en esta zona pero, a la mañana siguiente, apareció una como de tres metros enrollada en un árbol.
En fin, historias de la selva...
ORELLANA
Estamos en la zona del río Napo por donde inició Francisco de Orellana, encomendado por Pizarro a la exploración de este territorio, la exploración del Amazonas, en el que desemboca el río Napo, hasta el Atlántico y su subida por el Orinoco. La expedición sufrió un motín encabezado por el loco de Lope de Aguirre, que se separó del grupo principal con quienes quisieron seguirle.
Orellana pasó todo tipo de calamidades en esta expedición y puso el nombre de Amazonas al río porque le hablaban de unas temibles mujeres guerreras que podía encontrar en su curso.
Llegaron al final del río hechos una pena, pero consiguieron su objetivo. Por supuesto que, con lo cambiante de los ríos, es imposible averiguar por dónde embarcarían exactamente, vete tú a saber cómo estaría el caudal del río y cuál sería el mejor punto en aquel momento, pero la playa de Misahualli parece un buen sitio para embarcar y allí el curso del Napo es tranquilo, de unos 3/4 km/h, así que yo voto por esa playa de la confluencia del río Napo con el Misahualli.
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