DÍA 52
9/DICIEMBRE/2014 DUNEDIN Y LA GRAN SORPRESA
Desayunamos un yogur, galletas y fruta en un mirador, y echamos otro vistazo a la zona. Hacemos fotos desde distintos sitios. Los acantilados son alucinantes, pero las playas son fantásticas, de arena clara, en forma semilunar, muy amplias, muy "de foto".
No tenemos muchas ganas de irnos, pero hay que seguir la ruta. Nos encaminamos hacia Dunedin por la misma costa. Matilde parece que ya sabe donde está y nos lleva por donde queremos ir. El paisaje sigue siendo espectacular, pero creo que esta vez hemos dado con el mejor sitio para dormir. Pasamos por carreteras panorámicas, con bosques y costas de cuento de hadas. Paramos en algunos miradores desde donde las vistas son portentosas. No dejo de admirar la costa. Un espectáculo, en serio. Las montañas se meten en el agua cargadas de vegetación. El perfil que se ve desde algunos miradores es el que siempre has soñado ver.
Siguiendo el paisaje de bosque, cruzando ríos de distintos colores y caudales, pasando por praderas y carreteras de montaña, todo de cine, llegamos a Dunedin. El nombre primitivo era Nueva Edimburgo,morro lo cambiaron por el nombre celta de esa ciudad. Es una rareza en Nueva Zelanda: una ciudad con edificios victorianos y eduardianos. La vez anterior nos quedamos en un albergue que era una casa antigua, con mucho recoveco, escaleras pequeñas, pasillos estrechos, muchos libros, que tenía fantasma, aunque no salió. Dunedin tiene algunos edificios bastante curiosos. Entramos en las iglesias presbiteriana y anglicana, que tienen más gracia por fuera que por dentro, la verdad, aunque la anglicana tenía unas vidrieras que no estaban mal.
Los juzgados y prisión son victorianos y bastante chulos, pero el edificio más llamativo es la estación de tren. Es un edificio victoriano muy bonito, rojizo y el interior está decorado en su totalidad con cerámica vidriada. Angelotes blancos sobre fondos verdes presiden las taquillas de venta, también de cerámica. Hay un piso superior con balcón corrido que da a la sala principal. Fuera de la estación hay máquinas de tren antiguas metidas en enormes cajas de cristal. Yo creo que es lo más llamativo de la ciudad, ciertamente.
Íbamos a la Universidad, pero Juanjo está muerto de hambre porque solo ha tomado fruta, y dice que necesita un plato de comida de verdad, con carne, que se encuentra falto de proteínas. Ha visto un sitio donde ponen unos platos abundantes pero, cuando íbamos andando hacia la universidad, que estaba lejos, me dice que cierran a las dos. Es ya cerca de la una y media, así que nos vamos pitando para el centro a buscar el sitio. Cuando llegamos, resulta que era un vegetariano. En otros momentos da igual, pero Juanjo insiste en que necesita un guiso de carne. Cerca hay un pub que tiene menú de almuerzo y vamos antes de que cierren. Tomamos el asado del día, de jamón con torreznos, patata asada, calabaza, puré de patata y manzana, guisantes y repollo. Lo comemos con gula, aunque comenta Juanjo que en otro momento, si le ponen un plato así, habría dicho que no tienen ni puta idea.
A las dos echan el cierre y a la gente que llega la largan con sonrisas. Hemos tomado unas cervezas del pub que valen casi igual que la comida.
Vamos a la península de Otago, donde hay Albatros y pingüinos. En la información de Dunedin nos dieron algunas pistas de que nos vamos a ir pitando de allí, por los precios. La estrecha carretera bordea la bahía, y vemos, por fin, cisnes negros, que no sé que pasa, que no los estamos viendo en los Lagos.
Llegamos a la punta de los Albatros. Lo que vemos son cientos de gaviotas. Y un Albatros volando. Vamos a la Información y resulta que ver los nidos de los Albatros, que son como seis, nos vale 45 dólares. Si queremos ver los pingüinos de ojo amarillo otros 65 u 85, depende. Decimos que les den morcilla a los,pingüinos, y bajamos a la playa a ver unas focas. Una estaba en el mismo camino.
Nos marchamos haciendo unas fotos a los cisnes negros, que eso si que tenía yo interés en ver, porque pensaba que se estaban escondiendo o que no era época, porque me extrañaba no verlos. Pudimos hacerles unas fotos.
Dado el éxito obtenido, decidimos largarnos con viento fresco y avanzar hacia Christchurch. El tiempo sigue lluvioso y frío. Hay una ciudad a mitad del camino que también recomienda la Lonely, que se llama Oamaru, donde parece que se pueden ver pingüinos azules en el puerto por la tarde. La tenía en duda, por si nos daba tiempo a pasar un momento, pero podemos quedarnos a dormir allí e intentar ver los pingüinos.
La ciudad es rara que no veas. En realidad es un pueblo, quiero decir que es muy pequeña, tiene puerto, y está llena de edificios eduardianos, todos blancos, algunos con columnas corintias, y una zona de antiguo Puerto con unos edificios antiguos increíbles. Habíamos preguntado en un camping a unos 10 km al sur si podíamos ver pingüinos, ya que estaba en la costa, pero nos dijeron que teníamos que ir a Oamaru a verlos. En Oamaru había muchos carteles que señalaban por donde se veían los pingüinos. La dirección era hacia el,puerto pero, una vez allí, encontramos unas oficinas donde te sacaban los cuartos por enseñarte la colonia. Tour de día, 65 dólares. Tour de noche, 85. Lo mas raro es que toda la zona que rodea al puerto esta llena de carteles que ponen que tengas cuidado con no atropellar a los pingüinos, que ojo al dar marcha atrás, no te cargues a uno...así que decidimos asomarnos por la tarde a ver si los veíamos y dejarnos de pagar semejantes precios.
Teníamos en mente un camping hacia el norte pero, como los pingüinos salen hacia las nueve y son las siete, no es plan de ir y volver, además el camping esta en una carretera sin asfaltar. Encontramos un Top 10, que son unos camping buenos, o sea, que no hay de nada, y te cobran aparte el Wifi, aunque están limpios y son bonitos. Pero nos viene bien para intentar ver los bichos. Había uno de autogestión en el puerto, pero me pareció caro para lo que era, aunque me sirvió para hacer un pis.
Nos duchamos y fuimos al puerto a ver si veíamos algo. Caminamos por el muelle. Había una familia alemana con dos niños. Yo estaba viendo unas manchas negras en el mar raras. Estaba preguntando a Juanjo si serian pájaros, porque me he dejado los prismáticos en el coche, y la señora se ha puesto a señalar el agua en esa dirección. No eran pájaros, sino aletas, pensábamos que podían ser delfines, pero alas aletas eran raras.
- No serán orcas? - le digo a Juanjo
Seguimos mirándolos. Eran varios y suban vueltas frente a nosotros, en el mismo muelle. De repente uno de ellos sale más del agua
- Son Orcas!! - dice Juanjo
Nos miramos asombrados. Claro, vienen a por los pingüinos, lógico, pero ya habíamos perdido la esperanza de verlas. Mira tú por donde, han aparecido en el sitio más inesperado.
- Anda que, como para bañarse aquí- afirma Juanjo.
Estamos encantados, pero no salimos de nuestro asombro. Como es posible haber visto Orcas en pleno muelle!!. Después de eso, decidimos que les dieran morcilla a los pingüinos y nos fuimos al camping a prepararnos una cena con unos hermosos filetes que hemos comprado, para llenarnos de proteínas y celebrar lo de las Orcas. Menudo sorpresón!!
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